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“El héroe de CU”

La violencia extrema ha deshumanizado a un fuerte sector de la población de Ciudad Juarez, una de las comunidades más violentas de todo el orbe internacional. No es el caso de Carlos Acosta.

Una lección de vida, a mitad del desierto

“¿Dónde estoy? Mi mochila, mi celular, el dinero…”. Ángel palpa su vientre y siente aquel líquido hemático que aún brota de su hígado, pulmón y cuello. Sus manos están rojas, pegajosas. No es ningún sueño, ninguna pesadilla, todo fue real. Recobra el conocimiento. “Actúa rápido”, piensa. El malhechor podría estar merodeando. 

CIUDAD JUÁREZ, CHIH., MX. / NOVIEMBRE, 2018 (UACJ). – 

El frente frío #44 provocará en las próximas horas vientos con ráfagas superiores a los 100 kph en esta frontera. “Si no tiene nada que hacer allá afuera, mejor no salga”, advierten los noticieros locales. 

06:50 a.m. Colonia Misiones de Creel. Ante la falta de recursos económicos que agobia a la familia Mendoza, Ángel, el más pequeño de tres hermanos, despierta con una preocupación. Hoy es el último día para pagar los 70 pesos de cuota para celebrar el Dia del Niño en la escuela primaria, donde cursa el sexto grado. 

Carmen, la madre del menor, al igual que su marido, ofrece servicio de televisión de paga a cambaceo, pero últimamente las ventas no han sido favorables, por lo que hay que cuidar hasta el último centavo. Pese a ello, la mujer accede a la urgencia de su hijo, con una condición: “cuida bien ese dinero”.

07:45 a.m. La intranquilidad regresa a Ángel. Sus clases inician a las 08:00 horas y ya es tarde, seguro no lo dejarán entrar. Y en efecto. La chicharra sonó 15 minutos antes de su arribo y le negaron el acceso. Él sabe que aún no puede regresar a casa, pues su madre lo regañará, así que decide hacer tiempo, hasta las 10:00, cuando su progenitora sale rumbo al trabajo.

Ángel emprende una caminata que lo conduce al inframundo de los fraccionamientos abandonados, donde aprovecha para resguardarse de la “tormenta de arena”, como suelen llamarle los habitantes del suroriente a los fuertes vientos que azotan por aquellos lares, sacudiendo el desierto que los rodea.

Solitario, pensativo, el adolescente no descarta la posibilidad de interrumpir sus estudios para, a sus 13 años, unirse a las filas laborales y contribuir con el gasto familiar.

[De agosto de 2010 a junio de 2013, en Ciudad Juárez, 17 mil 765 alumnos de educación básica desertaron. Fuente: Secretaría de Educación Pública]

A su paso, Ángel no observa otra cosa que destrucción; viviendas en ruinas, historias marchitas, sueños frustrados de miles de juarenses y connacionales que se. Hicieron de un patrimonio tan fácil como el día en que decidieron dejarlo, producto de la denominada “Guerra contra el narcotráfico”, que en 2010 arrojó cerca de 3 mil muertes violentas, cifra que rebasó cualquier índice nacional.

[Un informe del Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP), publicado ese mismo año, detalla que, en Juárez, 111 mil 103 casas habían sido abandonadas, la mayoría en el suroriente. En tanto, a nivel nacional, la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), revela que hay entre 6 y 7.5 millones de lotes habitacionales en estado irregular y 4.5 millones de viviendas deshabitadas o en desuso]

09:45 a.m. Ángel ha caminado más de una hora desafiando las ráfagas de viento, que se arremolinan entre las tapias, a escasos metros del bulevar Miguel de la Madrid, arteria que conecta con la Avenida Fundadores y la reserva desértica de San Isidro-Zaragoza.

Ésta última, retrata un entorno atestado de hierba y basura; hogar de 76 especies de reptiles, algunos venenosos; maloliente; depósito de gatos, perros, pájaros muertos y animales rastreros que sucumben ante los climas extremos o que son arrollados por los guiadores.  

Al final del camino, en los límites de esta frontera, se encuentra Ciudad Universitaria (CU), División Multidisciplinaria de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), donde asisten diariamente cerca de 7 mil estudiantes.

Llegó la hora de irse a casa y Ángel se dirige al bulevar Miguel de la Madrid, pero, de pronto, un sonido, un “costalazo”, despierta su curiosidad. Se asoma por la ventana de una de las construcciones. “Podría ser un lince, un coyote que cayó desde el techo”, discurre. 

El menor se pone en guardia, observa y alcanza a ver una sombra adosada en la pared, al fondo de la propiedad. Quizá todo este tiempo estuvo acompañado, pues aquella silueta se materializa en la figura de un hombre escuálido, malencarado que súbitamente se le aproxima. No hay tiempo para correr.

“Tú fuiste el que me asaltaste”, le reclama aquel tipo que de pronto se transforma en un animal salvaje, rabioso, dispuesto a atacar. Ángel apenas retrocede unos pasos y, nervioso, le contesta: “No señor, yo a usted ni lo conozco”. Pero el individuo toma fuerza y, fúrico, aprehende al muchacho del suéter y arrastra su cuerpo, de unos 47 kilos, hacia el interior de un cuarto atiborrado de escombro, basura y heces fecales.

“Tú fuiste el que me asaltaste y me la vas a pagar, cabrón, hijo de la chingada”, insiste el bravucón, lo avienta al escolapio y se descubre una herida del brazo. “Mira: tú me hiciste esto, no te hagas pendejo”.

El hombre obliga al menor a vaciar su mochila en el piso, de la cual caen cuadernos, lápices, plumas, calculadora, 70 pesos y un viejo celular. El asaltante no ve más allá del móvil y el dinero, sin embargo, inexplicablemente le pide a su presa que vuelva a guardar todo en la mochila, tiempo en el que el adulto aprovecha para liberar de entre sus ropas un arma punzocortante, “un picahielo”, y se lanza contra Ángel, perforándole el cuello. La víctima trata de gritar, pero un ataque de tos se lo impide, se aferra a su herida, cae al suelo y se revuelca de dolor. 

Las ráfagas de viento en el exterior, aunado a la lejanía de cualquier peatón en ese instante, conspiran a favor del delincuente, quien, no contento con el primer ataque, vuelve a la carga. Entierra su filero en el hígado y pulmón del pequeño, quien sufre un ligero desmayo. El agresor toma el botín y emprende la huida. 

10:00 a.m. La Dirección Municipal de Protección Civil eleva a amarilla la alerta de fuertes vientos, que ya para entonces rozan los 100 kph. La última vez que se registró este fenómeno natural en Ciudad Juárez, un panorámico en el corredor comercial conocido como la “Zona Dorada” cayó encima de un vehículo estacionado. Por fortuna, no hubo heridos ni muertes que lamentar.

Ciudad universitaria. “Maestra, discúlpeme, luego seguimos hablando, que se me pasa el camión”. “Está bien, no te apures. Nos vemos el lunes”. Es Carlos Alfonso Acosta García, estudiante del tercer semestre de la Lic. en Enfermería, quien, luego de una larga conversación se despide de su maestra de Fisiología, para dejar a toda prisa las instalaciones de Ciudad Universitaria y alcanzar la “ruta universitaria”. 

[Pleitos constantes con su madre y sus tres hermanas, orillaron a Carlos, de 18 años, a salirse de su hogar. Desde hace seis meses vive en casa de su novia, donde encontró techo, pan y sosiego].

El autobús se detiene y Carlos Alfonso alcanza un lugar, hasta el fondo, con su amiga Sonia. 

El ambiente es propicio para seguir con la charla pendiente; materias y problemas familiares. Parece que compañera “trae broncas” y quién mejor que su camarada para darle consejos. 

El viejo camión, con matrícula 264 avanza y Ciudad Universitaria empieza a desaparecer entre el vendaval. Su destino: la zona centro de Ciudad Juárez, a 40 kilómetros de distancia.

No muy lejos está el cuerpo de Ángel, herido de muerte, tendido sobre un charco de sangre.

El chiflido del viento y aquel eco de “cuida bien ese dinero…” despiertan al menor, quien mira a su alrededor y su vista se topa con un panorama surrealista. Taciturno, débil. Parece que todo era un sueño.

“¿Dónde estoy? Mi mochila, mi celular, el dinero…”. Ángel palpa su vientre y siente aquel líquido hemático que aún brota de su hígado, pulmón y cuello. Sus manos están rojas, pegajosas. No es ningún sueño, ninguna pesadilla, todo fue real. Recobra el conocimiento. “Actúa rápido”, piensa. El malhechor podría estar merodeando. 

Se arrastra hasta llegar a una pared, se levanta con dificultad y se despoja de su suéter gris, ahora rojo, polvoriento, acartonado, con el que presiona la herida de su cuello. 

Encorvado, camina sorteando obstáculos; montículos de escombro, botellas, basura, heces fecales y jeringas usadas, hasta salir de la tapia. 

Luchando contra el dolor y los brotes de sangre que no cesan, Ángel ahora se enfrenta a la “tormenta de arena”. Por fortuna, a una cuadra está el bulevar Miguel de la Madrid, donde pasa su ruta. No espera mucho cuando alcanza a observar unas luces que brillan ante un panorama legañoso. Parecen las luces de un camión de pasajeros. “Vaya alivio”.

Con extrema dificultad, el muchacho levanta un brazo para hacer la parada. El chofer se detiene, abre la puerta y Ángel, agitado, trémulo, fija su mirada en la del conductor y con una voz entrecortada le pide que lo lleve hasta el poblado más cercano. “Acaban de asaltarme”, le suelta.

El hombre detrás del volante no da crédito a lo que observa y entre el miedo y la inseguridad que lo abordan, le asesta un “no”, seguido de un “yo no te voy a subir así”. Le pide que se aleje, pero la víctima se aferra al pasamanos, en la entrada de la unidad, mientras que el guiador toma la palanca y amenaza con cerrar la puerta. 

Todo, ante la sorpresa, pero también la indiferencia de algunos pasajeros, acostumbrados a ver y escuchar en los noticieros la cuota de muertos que arroja la delincuencia.

[En abril de 2018 se documentaron 65 homicidios dolosos en Ciudad Juárez; 331 hasta finales de mayo y se pronostica un año difícil en materia de inseguridad. Fuente: Fiscalía General del Estado, FGE]

Carlos Alfonso voltea por instinto y alcanza a ver una mano roja, pequeña. “¿Ilusión óptica? No lo creo”. Rompe la conversación con Sonia, toma su mochila y se dirige al frente del camión. “Qué te pasó”, le pregunta al pequeño Ángel. “Me asaltaron”, le responde.   

Le propone al conductor que auxilie al menor, dejándolo sentado en los escalones del autobús, hasta llegar al poblado más cercano, pero el conductor se niega. “Ayúdalo tú. Es más, toma tus cuatro pesos y bájense los dos”. Carlos Alfonso toma el dinero y ambos se bajan de la unidad. El chofer arranca.

En medio de la carretera, entre la tolvanera y el frío yacen Carlos Alfonso y este adolescente gravemente lesionado, quien continúa presionándose el cuello con su suéter, pero las otras heridas, de hígado y pulmón quedan expuestas ante alguna infección, producto de lo que arrastra la “tormenta de arena”.

10:20 a.m. Una “vía dolorosa”, de largo aliento. Inicia el viacrucis. Carlos Alfonso, también de complexión delgada, de unos 50 kilos aproximadamente, sostiene del brazo derecho al menor, evitando cualquier roce con las heridas y emprenden camino con destino a la clínica “Senderos del Sol”, enclavada en el fraccionamiento habitado más próximo, a un kilómetro de distancia.

 [¡Brr brr! Emergency broadcast system. La cadena televisiva Univisión, con alcance en Ciudad Juárez-El Paso y Las Cruces, Nuevo México, interrumpe su programación habitual para emitir una señal de alerta: Los vientos alcanzan las 63 millas por hora (100 kilómetros por hora). “Tome sus precauciones”]. 

Ambos se abren paso ante el golpeteo de arena que se cuela en boca, nariz, ojos, oídos y, por supuesto, en las heridas de Ángel, quien no tarda en sufrir su primera recaída. Por más que Carlos le habla y sacude su brazo, el menor se desvanece.

Uno que otro automotor atraviesa por el bulevar Miguel de la Madrid, por lo que, con señas, ademanes y gritos, el estudiante de Enfermería trata de llamar la atención de los automovilistas, pero cualquier intento resulta infructuoso. De momento bajan la velocidad, pero al observar la escena, huyen despavoridos ante el temor de ser presas de alguna trampa o meterse en líos con la ley.

Ese viernes 13 de abril, nadie se atrevió a desafiar la “tormenta de arena”. Ni puestos de antojitos, ni cocinas móviles ni trocas ofertando fruta o verdura, que comúnmente se estacionan en las orillas del bulevar Miguel de la Madrid o Fundadores, dijeron presente.

Apenas logran caminar dos, tres pasos y Ángel languidece. Le pide a Carlos que se comunique con su madre, pero jamás memorizó su número de celular y sólo repite el código de área. “Por favor llámale, llámale a mi mamá, su número es el 656, 656…”. El silencio. 

Carlos tiene otra idea. Marca el número de emergencias para levantar un reporte, pero con las ráfagas de viento apenas escucha voces del otro lado del auricular. “Vengan pronto”, les pide. 

A contraviento, continúan su peregrinaje y Ángel vuelve a desfallecer. “Ya me voy a morir, ya no puedo caminar”, le decía a un Carlos que de pronto lo asalta la idea pavorosa de que el menor sucumba a mitad del desierto. “Me duelen los pulmones”, se queja Ángel. “Tú puedes, mira, ya mero llegamos”, lo reanima el universitario. Pero al poco tiempo el muchacho deja de hablar. Balbucea.

Finalmente, la “Clínica Senderos del Sol” toma forma. 

10:40 a.m. Apenas habían transcurrido 20 minutos a partir del encuentro Carlos- Ángel y la Policía nunca llegó. Tampoco arribaron los paramédicos.

[Los servicios de emergencia más cercanos a Ciudad Universitaria se ubican a 33 kilómetros de distancia; el IMSS, clínica #66 a 23 y la Estación de Policía Distrito Sur a 39].

Con una tensión arterial de 80 sobre 50 (lo normal: 120/80), el pequeño Ángel es ingresado a la sala de urgencias de la “Clínica Senderos del Sol” o Centro de Salud con Servicios Ampliados, CESSA Senderos del Sol, ubicado en Av. Fundadores de América #4238.

Carlos Alfonso declara ante las autoridades sanitarias y aguarda hasta saber que el menor es atendido.

11:30 a.m. Una ambulancia arriba en código rojo a la clínica para trasladar a Ángel al Hospital Infantil, en Prol. Vicente Guerrero, a unos 35 kilómetros de distancia. 

12:00 p.m. Para Carlos Alfonso, es tiempo de volver a casa, donde lo espera Claudia Pamela, su novia, preocupada, con un rosario de hipótesis.

13:00 p.m. “¿Qué tal si se hubieran regresado los agresores? O si hubiera sido una trampa. O si no estaba herido el muchacho. O si era un plan para bajar a alguien del camión y asaltarlo. Estás completamente loco”. Carlos Alfonso fija su mirada en Claudia. Esboza una sonrisa, se le aproxima. Ella lo empuja, pero él la abraza con fuerza, le roba un beso y le suelta un “te amo”. Los ojos de Claudia se cristalizan y le ordena a su novio: “Ve a darte un baño, la comida está casi lista”.

[¿Valor cívico, coincidencia o vocación? El heroísmo de Carlos Alfonso no es privativo a la tragedia de Ángel. La noche del 16 de marzo de 2015, en el cruce más traficado del suroriente, entre las calles Santiago Blancas y Av. De las Torres, un accidente automovilístico paralizó el tráfico vehicular. Carlos Alfonso pensó lo peor: “Por ahí vive mi novia”. Pero al acercarse observó a un motociclista tirado en el asfalto, con el rostro desprendido y con el cráneo expuesto. “Este señor se va a morir”, pronosticó Carlos, así que, previo al arribo de la ambulancia lo ayudó a “bienmorir”, “acomodándole el rostro” y recostándolo de lado para evitar que se ahogara con su propia sangre. 

En otro hecho, el universitario salvó a un hombre de perder la vida arrollado, tras sufrir un ataque epiléptico, allá por el Eje Vial juan Gabriel, muy cerca de las vías del ferrocarril].

Finaliza el día y, con él, los estragos. Diversos medios de informativos publicaron que el frente frío #44 provocó vientos similares a los de un huracán etapa uno, con ráfagas de hasta 129 kph, ocasionando cerca de 30 emergencias, como árboles y postes caídos, apagones, fallas en semáforos, espectaculares a punto de colapsar y el techo de una vivienda desprendido. 

Por fortuna, no hubo lesionados ni muertes que lamentar.

Carmen, la madre de Ángel, le llamó a Carlos Alfonso para agradecerle su acto heroico, pero hasta hoy no han podido reunirse. El menor fue dado de alta y a los 40 días regresó a clases. El médico que lo atendió informó que el órgano más afectado había sido el pulmón, pero, debido a su juventud, se recuperaría muy pronto.

El lunes 16 de abril, el estudiante de Enfermería fue recibido entre vítores y aplausos. Ese día se ganó el mote de “El héroe de CU”, aunque muchos consideran que su acto va más allá, pues deja una verdadera lección de vida a quienes habitan esta frontera herida, desconfiada, que en 2010 se ganó a pulso el título de “la ciudad más violenta del mundo”, al documentar cerca de 3 mil crímenes violentos. 

A la fecha, Carlos Alfonso Acosta García ha recibido una gran cantidad de felicitaciones, le han ofrecido becas y ha sido acreedor de algunos reconocimientos de la máxima casa de estudios y del ayuntamiento de Ciudad Juárez.

“Quien salva una vida, salva al universo entero”

Escribió en su Facebook el profesor de Carlos Alfonso, el Dr. Pablo Barac Angulo, citando la frase que reza en la “Medalla de los Justos”, que remite una oración del Talmud, que simboliza la fe en la humanidad.

Por seguridad y respeto a la víctima, algunos nombres fueron alterados.