JUAN MATA ORTIZ, CHIH., MX. –
Juan Quezada logró con su talento poner a un pequeño pueblo en el ojo mundial de los amantes del arte.
Por Gustavo Cabullo
Juan Mata Ortiz, Chihuahua– Cuando Juan Quezada descubrió en su tierra los recursos para crear arte, jamás imaginó que llegaría a conquistar al mundo y frenaría el abandono de su propio pueblo.
Ir de paseo a Casas Grandes implica una visita al poblado Juan Mata Ortiz, conocido internacionalmente por las ollas de barro que fabrica a mano la familia Quezada y sus pupilos: los lugareños que aprendieron este oficio para subsistir.
Cuenta la leyenda que en 1974, mientras Juan Quezada, ahora de 66 años, recolectaba leña en la Sierra, descubrió accidentalmente una cueva, entró en ella y encontró antiguos fragmentos de cerámica dispersos en el suelo.
La belleza de esas piezas lo sedujeron, particularmente las ofrendas funerarias conocidas localmente como “ollas pintadas”, debido a sus manchas moteadas.
Cuenta que se quedó perplejo con el hallazgo. Después pensó en sus antepasados, capaces de crear tal belleza en un ambiente árido y desolado. Así que se embarcó en esta aventura que cambiaría el rumbo de su vida, y con el tiempo, la de su comunidad, pues decidió reproducir esa belleza y enseñarles a sus vecinos para evitar que siguieran emigrando a Estados Unidos en busca de oportunidades laborales.
Nace un artista
“En 1974 tuve el sueño de revivir y recrear una tradición que estuvo dormida por siglos”, declaró Quezada en entrevista previa.
Este personaje, entonces leñador y trabajador ferrocarrilero, era artista autodidacta y no tenía la menor idea de cómo habían logrado sus ancestros tanta hermosura, así que empezó a experimentar, usando de modelos los fragmentos encontrados en la cueva.
“Le costó cuatro años”, comenta Guillermina Olivas, su fiel esposa. Lo más complicado, explica, sigue siendo la elaboración de pinturas, que requiere materiales de la tierra, como el manganeso, para el tono oscuro, y la piedra crisocola, para las tonalidades rojas.
“Mi esposo nunca agarró un libro, ni siquiera terminó la primaria. Él aprendió solito. Observaba los tepalcates y encontraba en ellos la materia prima. Todo se basó en experimentar hasta que elaboró su primera olla. En ella esculpió la imagen de un rostro”, cuenta la orgullosa mujer mientras liberaba de una vitrina de recuerdos la fotografía de tan preciada pieza. “Mire, esta era”, dice con la voz entrecortada.
“Nomás que un día se me cayó y se me quebró todita”, lamentó.
Cuando Juan empezó a hacer las ollas le servían como trueque. Pues en aquel entonces las intercambiaba por lo que necesitaba para sacar el barro de las montañas, traerlo a casa y ¡manos a la obra!”, recuerda esta noble ama de casa de 62 años de edad.
Juan Quezada, sinónimo de oro puro
Pero a Juan Quezada siempre le gustaron las manualidades.
Su especialidad era pintar, pero le costaba mucho dinero y los tres pesos que ganaba como leñador apenas le alcanzaban para sus necesidades básicas.
En cierta ocasión, cuando el antropólogo Spencer McCallen, originario de San Pedro, California, pasaba por Deming, Nuevo México, se detuvo en un local de artículos de segunda mano. Luego de husmear por un buen rato, el trotamundos descubrió una de las ollas de Quezada. La creatividad de aquella pieza, la forma y el dibujo, lo embrujaron.
Luego de admirar su nueva adquisición, surgió la visión de un gran negocio.
“Fue cuando este señor empezó a indagar. Llegó hasta Chihuahua y le hablaron de mi esposo. Para su sorpresa era un hombre el que fabricaba estas piezas y no una mujer, como siempre imaginó el señor McCallen”, destaca.
“Cuando nos visitó le gustó mucho el trabajo de Juan, así que compró un montón de piezas para llevárselas al ‘otro lado’ (unión americana)”.
Menciona que en el camino el hombre vendió todas las piezas, así que regresó por más para comercializarlas en California.
Así que muy pronto, la capital del cine empezaba a ser adornada con el arte de Quezada.
Una medida que ha frenado la fuga de hombres
En aquel tiempo las amas de casa del poblado Juan Mata Ortiz empezaban a quedarse solas, pues los hombres tenían que irse a trabajar a Estados Unidos, para hacerse de dinero.
“Eran tiempos muy difíciles, pero mi esposo no quería dejarnos solos”, afirma esta mujer.
Sin embargo, una mezcla de talento, perseverancia y solidaridad hicieron de las ollas de Quezada el producto idóneo para la creación de empleos a beneficio de los lugareños. Quezada y su mujer se movilizaron y acondicionaron su modesto hogar en un taller para enseñar a todos cómo trabajar el barro.
La única herramienta eran las ganas de aprender, explica, todos querían ser partícipes de la nueva actividad, que con el tiempo convirtió aquel pueblo en una galería de arte mexicano que conquistó el corazón de mexicanos, alemanes, italianos, ingleses, japoneses, chinos, estadounidenses (y contando).
Su orgullo, sus orígenes
El secreto del éxito es la sencillez que distingue al artista, expone doña Guillermina.
A pesar de que personalidades de la talla de Laura Bush (esposa de George W. Bush) han desfilado por su humilde vivienda, ubicada en la calle Ferrocarril número 54, en el corazón de Juan Mata Ortiz, la familia continúa con los pies bien puestos sobre la tierra.
“Para nosotros todos los que vienen son tratados por igual”, afirma esta mujer, coleccionista de vestidos típicos regionales.
Originarios de Tutuapa (él) y Namiquipa (ella), el matrimonio Quezada tuvo ocho hijos (3 mujeres y 5 hombres). De ellos, sólo dos culminaron la secundaria mientras que los otros decidieron irse por el rumbo de su padre. “Gracias a Dios ellos supieron irse por el buen camino. Ahora cada quien tiene su negocito”, afirma Guillermina.
A la fecha, la creación de ollas de barro le ha traído a la familia muchas satisfacciones, como haber recorrido varios estados de Estados Unidos y Latinoamérica, además de haber recibido múltiples reconocimientos de manos de importantes mandatarios.
“Pero nada de esto tendría valor si no estuviéramos orgullosos de ser mexicanos y contribuir con nuestras tradiciones”, anota la entrevistada.
Su apertura al mundo
Todo empezó cuando un grupo de estadounidenses le propuso al alfarero hacer exposiciones y dar cursos en Washington, Nueva York, Boston, Canadá, Pensilvania y Kansas, entre otros lugares. Los gastos correrían por cuenta del interesado y Quezada sólo contribuiría con su talento. Después le propusieron viajar a Japón, donde sus piezas eran muy bien recibidas, no obstante, y por asuntos ajenos a su voluntad, no pudo asistir.
Lejos quedaron aquellos tiempos en que las ollas de barro eran intercambiadas por materia prima o artículos de primera necesidad. Hoy en día, el costo de estas piezas es hasta de 7 mil dólares.
Además de sus ollas, los cuadros con placas de cobre han recorrido el mundo.
De hecho, una norteamericana se inspiró en la historia de los Quezada y escribió un libro infantil, cuyo personaje principal es Orlando, uno de los nietos de Don Juan.
Para los creadores de este tipo de arte, el proceso de exportación implicaba demasiado, por lo que se optó que fuera el mismo turismo el que acudiera por su propia mercancía al poblado de Juan Mata Ortiz, a sólo 21 kilómetros al sur de Nuevo Casas Grandes.
El legado continúa por generaciones
Ya son tres las generaciones que siguen con la tradición. Con esta herencia no sólo se mantiene en alto el nombre de Chihuahua, sino que a lo largo de los años ha contribuido con en el gasto familiar como es el caso de Lupita, de 21 años, quien cada semana visita a sus abuelos para comprarles las ollas para venderlas.
“Estoy muy orgullosa de ellos (de sus abuelos). Gracias a esto trabajamos desde la casa sin tener que descuidar a los niños”, afirma Lupita.
A unos pasos la propiedad de Juan Quezada está la de Mariano, su sobrino.
“La acabamos de construir. Este es nuestro patrimonio”, dice este joven, cuyo rostro irradia felicidad por poseer su propio refugio, su hogar.
Esa tarde, el padre de familia empezaba una de sus creaciones. “Estas ollas las diseñé yo, son muy diferentes a las que mi tío y mi papá hacen, también se venden mucho”
Mariano utiliza como única herramienta un trozo de segueta y un pedazo de motor de automóvil, el cual empotra a una vieja mesa de centro con la que apoya el barro para darle forma. “No invertimos nada de dinero en esto, sólo es ir a la montaña por el barro y listo. Hay gente que se dedica a vender el barro, pero yo prefiero hacerlo”.
Una misma expresión, dos estilos distintos
Félix Ortiz fue otro de los ceramistas que logró desarrollar, desde fines de los años setenta, un estilo único con diseños desordenados pero muy bellos. Esa expresión contrasta con la de Juan Quezada, quien es cuidadoso de las estructuras simétricas.
Las familias cercanas a Ortiz siguen los patrones sin estructura. Los seguidores de Quezada mantienen la idea tradicional y elaboran dibujos cuidadosamente estructurados (Con información de Chihuahua Turismo).
Esta nota fue publicada en Revista NET, Información Total, en noviembre de 2008. Edición #14