CIUDAD JUÁREZ, CHIH., MX. / JULIO DE 2016 / NET, INFORMACIÓN TOTAL. –
Es uno de esos veranos difíciles para Ciudad Juárez. Desde que inició el año las autoridades decretaron sequía para todo el estado, lo que se traduce en calores asfixiantes, cuyas temperaturas rozan los 44 grados centígrados. Pero eso no impide la convivencia vecinal, pues desde que la violencia dio tregua, las amas de casa han recuperado sus banquetas. Muchas de ellas, como parte de una tradición fronteriza, aprovechan la caída del sol para sacar sus sillas y sentarse a charlar o jugar lotería, mientras que los niños practican futbol y las niñas juegan a saltar el lazo.
Una de esas tardes y, bajo un cielo ligeramente nublado, cuatro mujeres se integran a la bohemia, frente a la casa de una de ellas en la colonia Hidalgo.
—¡Gloria, Gloria! ¡Que me traigas agua, carajo!—, le grita María Luisa a su hija. —¡Ya suelta ese maldito celular! Miren nomás—, continúa con su amarga queja, —desde que esta muchacha trae novio se ha vuelto peor, peor de distraída… no suelta ese aparato ni para ir al baño.
—Ahí voy mamá, ¿quiere que le ponga hielo a su agua?
—Ay, ya te dije que sí Gloria. ¿Ustedes gustan Carmen, Olga, Doña María?
—Fíjese que yo sí quiero María Luisa, muchas gracias. Con este calorón hasta se antoja una cervecita bien fría.
—¡Ah, pero esa se la debo Carmen!
—No se crea María Luisa, era broma. Lo bueno es que anunciaron lluvia para este fin de semana.
—¡Bah! Y usted que le cree a esos del clima, ¡siempre se equivocan!—, tercia Olga.
—Aquí está el agua.
—Ya era hora…
—¿Así que ya tienes novio?—, le pregunta Olga a Gloria.
—Pues…. No. Todavía no se me declara… eso dice mi mamá, ya ve que es bien exagerada, nomás porque Pedro ha venido unas cuantas veces aquí por mí, para llevarme al cine.
— Ah… Pedro. ¿Y cómo es? ¿Es buen partido?—, pregunta Doña María, la mayor de todas.
—Pues yo nomás lo he visto por la ventana. ¡Trae un carrazo! A cada rato le trae flores a Gloria y chocolates de aquí de la florería de la esquina. Parece buen muchacho—, contesta María Luisa.
—Pero ¿quién es? ¿A qué se dedica? ¿Dónde vive?—, insiste Olga.
—Pues no sé… es que acabo de conocerlo… el otro día que fui aquí al San Martín con mis amigas.
—Tenga mucho cuidado mija — dice Olga con ese aire de intriga de quién revelará una gran verdad, —no se deje engatusar por esos hombres. Conózcalo bien, presénteselo a su mamá, las cosas aquí en Juárez no crea que ya andan muy bien. Mire, usted está muy bonita, primero termine su carrera. Es más, siéntese, deje le platico lo que le pasó a una amiga muy querida, a Frida.
—Pero qué juicio… Que deje ese p… celular y póngale atención a Olga—, le pide María Luisa a su hija.
— ¿Bueno, y quién es Frida? —pregunta Gloria, como queriendo saber la historia completa.
Capítulo I
Princesa desaliñada
Érase una vez una chica de quien solían burlarse en la universidad.
Frida Mendoza tenía un comportamiento, un vocabulario y una forma de vestir muy peculiares que desencajaban con su hermoso, aunque escueto, rostro de mirada tierna y ausente, que hacían desatinar la perspectiva de sus compañeros, quienes regularmente la hacían blanco de sus críticas.
Era morena y de cuerpo extremadamente delgado y no usaba maquillaje, no tenía, «no sabía usarlo», comentó un día. Su mejor gala era una pantalonera rosa, haraposa, que combinaba con un par de tenis descoloridos, desgastados.
Frida asistía a una de las instituciones formativas de esta frontera, cuyos pasillos se transforman en verdaderas pasarelas, haciéndose notar en un mundo lleno de contrastes.
Pero su forma de vestir no le preocupaba a esta universitaria.
Entre sus prioridades estaba vender la cuota de ropa usada para sufragar su escuela y las exigencias de su progenitora, una mujer de roble quien a cada oportunidad ofendía, gritaba, incluso golpeaba a su hija y, por añadidura, sus hermanos (seis en total, tres menores) más pequeños la sometían a las mortificaciones más inimaginables, para luego burlarse de ella.
Era obligada a limpiar toda la casa, su madre no quería verla sentada, ni haciendo sus tareas escolares. A veces pasaba el día entero ocupada en duros trabajos cepillando las paredes del baño, lavando tapetes, ropa o cocinando para sus hermanos más chicos, entre una y mil faenas que hacían cobrar vida a esta hermosa, pero triste Cenicienta.
Desde que Josefina, madre de Frida, descubrió a su esposo con otra mujer le agarró resentimiento a sus hijos, especialmente a Frida. Pese a ello, ésta se mantenía condescendiente, piadosa, buena hermana e hija ejemplar.
Aún con su peculiar forma de presentarse ante el mundo, y como a la mayoría de las jóvenes universitarias, a Frida le gustaba la vida nocturna; aunque para ello tendría que tomar prestadas algunas prendas de su catálogo de ropa usada o pedirles a sus vecinas algún vestido de moda.
De casa salía transformada, era otra.
Nunca regresaba después de la medianoche a su hogar, enclavado en una de las colonias periféricas de mayor índice delictivo, de esos barrios olvidados por la clase política.
—Llegaba temprano para evitarse problemas con su mamá, además porque tenía que levantarse muy temprano a darle desayuno a sus hermanos—, comenta Olga, su amiga de infancia y farra. Y comparte una anécdota: —Un día llegamos en taxi, ya era muy tarde y Doña Josefina salió enojadísima, gritando “¡A la chingada cabronas putas, aquí ya no entran!”.
Episodios como este avergonzaban a Frida y le hacían pensar que era adoptada, aunque eso nunca se supo. —Esa vez se durmió en mi casa, le presté ropa y zapatos —, cuenta Olga.
Sin más remedio y cansada de los regaños de su progenitora, al día siguiente tomó una decisión. Buscó a su padre, quien le prestó un cuartucho, en el taller mecánico donde laboraba.
Frida dejó la universidad y las noches de fiesta se volvieron una constante. Los hombres la pretendían; le invitaban tragos y le ofrecían llevarla a su nueva morada.
—Salud.
CAPÍTULO II
Una nueva versión de la Cenicienta
Un 16 de septiembre, justo a las 12 de la noche y entre gritos de “Viva México”, Frida conoció al hombre que sellaría su próximo destino: Gerardo.
— ¿Por qué tan sola?—, le preguntó entre el bullicio.
—No, si ya me tengo que ir, ya pasan de las 12. Y ésta Olga que no llega.
—Ándale, acéptame un trago—, insistió el desconocido y la condujo a un bar de la Zona Centro.
— ¿A qué te dedicas?—, le preguntó ella.
—Digamos que soy un hombre de negocios—, le contestó él.
La plática se alargó tanto que, llegada la hora del cierre Gerardo pidió quedarse en aquella taberna hasta el amanecer, con un cantinero exclusivo para ambos. Ella quedó encantada con el trato que recibió de Gerardo; un hombre amable, cordial, generoso (y bastante emperifollado). —Todo un caballero. Mi príncipe azul —, celebró más tarde con Olga.
A los días, Gerardo la fue a sacar del cuchitril donde vivía y se la llevó a un hotel. Después le rentó un departamento amueblado.
Iniciaron una relación de amigos, luego de novios y a los tres meses él le propuso matrimonio. Le prometió una vida de ensueño.
Antes de Gerardo, Frida sólo tuvo una pareja formal, un operador de maquiladora con quien duró seis meses; con Gerardo sostendría una relación de 13 años.
Gerardo invitó a Frida a Los Cabos, Cancún, Guadalajara, Zacatecas, Ciudad de México. Sólo pasearon por México porque Gerardo no podía cruzar a Estados Unidos. En una de esas visitas él ya no pudo ocultarlo: —Estoy metido en negocios de narcotráfico, pero no te preocupes, todo está bajo control. A Frida no le sorprendió tal confesión. Era obvio, pensó.
En Ciudad Juárez, Gerardo era propietario de algunos centros nocturnos y puso a nombre de Frida dos tiendas de ropa.
El hecho de que Gerardo trabajara para uno de los capos de mayor rango en la frontera tampoco intimidó a esta joven esposa, quien fue dejando atrás su triste pasado.
—Que viva el amor.
CAPÍTULO III
¡Bidibi Badibi Bu…!
A Frida le seducía la idea de tener una residencia a su nombre, en un fraccionamiento exclusivo, en el que se codearía con la burguesía juarense. Y su deseo fue cumplido. En menos de una semana de matrimonio ya contaba con su propia camioneta de lujo, cuatro domésticas a su servicio y nuevas amistades.
Lejos quedó aquel recuerdo de su casa y, más aún, del cuartucho con olor a llanta y aceite quemado que le facilitó su padre.
Ambientó su nuevo hogar con imágenes y esculturas de ángeles y querubines, paredes y muros blancos.
Su marido organizaba fiestas en las que sobraban regalos, vinos y licores finos.
Frida en varias ocasiones confirmó estar viviendo su sueño, todo un cuento de hadas rodeada de amor (y lujos).
En cada oportunidad agradecía al hombre que la liberó de su propia miseria. Jamás le importó que fuera poco agraciado y robusto.
Muy pronto Frida se fue acostumbrando a su nueva y ostentosa vida.
Entre sus excesos figuraban lentes del diseñador Giorgio Armani, zapatos y bolsas de Luis Vuitton, cuyos costos acariciaban los mil 500 dólares.Luego desarrolló un gusto personal por las cirugías… Primero se aumentó el busto, se hizo una lipoescultura, después otra y luego otra. A Frida le empezó a obsesionar su cuerpo, lo quería perfecto, entre más exquisito, decía, más acaparaba las miradas, no sólo las de Gerardo.
—Hasta se cortó un pedazo de estómago, (bypass). En la cara nada más se definió los labios porque ella era muy bonita, no necesitaba que le metieran cuchillo en su cara —, repara Olga.
Frida, pese a todo lo anterior, nunca dejó de ser sencilla, por lo menos con su inseparable Olga, ni cambió su gusto por la comida: flautas, enchiladas, los tradicionales burritos, tostadas. Tampoco menospreció la música con la que creció, del género grupero, norteño, banda y narcocorridos.
—Ayudaba a su familia cada que vez la visitaba —, agrega Olga. —Amplió la casa de su mamá, pagó las quinceañeras de sus sobrinas.
Y con frecuencia invitaba a sus dos hermanos mayores a visitar Nueva York, Cancún, Colombia…, donde además les compraba ropa y calzado. A la par, a sus amigas les obsequiaba regalos bastante onerosos y las invitaba a viajar con ella a Los Ángeles California.
Olga es un ejemplo claro: —Nos fuimos a conocer las tiendas de por allá, de Beverly…, bueno, de allá donde compran los ricos. No preguntaba cuánto costaba tal o cual cosa, todo era carísimo, casi siempre pagaba en efectivo, muy rara vez con tarjeta. A mí me compró una bolsa. Llévatela, es tuya, me dijo.
—No te fijes
CAPÍTULO IV
De príncipe a madrastra
Y así fueron pasando los años.
Los tiempos duros para la pareja iniciaron tras la violencia generada por la denominada “Guerra contra el narcotráfico”, cuando Joaquín “El Chapo” Guzmán se disputó la plaza, provocando muerte y destrucción en Ciudad Juárez.
Empezaron las amenazas contra Gerardo y sus socios.
—Al verse presionado, abusaba de Frida —, revela Olga.
De pronto, Gerardo mostró un nuevo rostro, el de un hombre ruin y despiadado, sin un ápice de misericordia para quienes lo traicionaban, capaz de destruir lo que encontraba a su paso con el fin de lograr sus objetivos, siendo Frida su víctima más cercana.
—Empezó a golpearla. Un día la agarró a patadas, los ojos se los dejó morados, no podía ni abrirlos, se le veían muy feos. Vino a mi casa, llorando, toda adolorida del cuerpo. No quiso que llamara a la Policía ni al doctor. Y como estaban las cosas, yo tampoco insistí. Nomás la metí al baño, le froté alcohol y se quedó dormida. De rato se fue a su casa.
Con regularidad Gerardo reconquistaba a su mujer con algún regalo. Y esta vez, aunque hubo golpes y amenazas, no fue la excepción.
—Sabía cómo llegarle. Una vez él se molestó, horrible, porque se le cayó una carga.
En esa ocasión, el camión que llevaba la droga estaba cubierto de productos de cera, que al ser examinado por los oficiales del Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza, CBP, notaron que carecía de refrigeración, por lo que al enviarlo a una segunda inspección descubrieron que la caja estaba repleta de marihuana.
—Enojado, Gerardo escupía fuego—, describe Olga, quien constantemente presenciaba escenas incómodas entre ambos. —Él empezaba a llamar a todo el mundo, por celular.
Después llegó la quema de negocios en la frontera a manos de la delincuencia organizada, entre ellos los de Gerardo, lo que motivó la huida de esta pareja con destino a Zacatecas, donde escribirían un nuevo capítulo en su vida.
—Toma tus pertenencias y vámonos.
CAPÍTULO V
Un nuevo rostro
En Zacatecas Gerardo rentó una casa muy grande, en un fraccionamiento exclusivo.
Una vez instalados, él echó mano de la cirugía facial. —Se cambió el rostro —, dice aún con asombro Olga.
Y no es para menos. El resultado fue sorprendente.
—Cuando fui a visitarlos por primera vez a él ni lo conocí, su cara estaba bien diferente, su nariz, su frente, sus cejas. ¡N’ombre, era otro! Además flaco, flaco, con la cara afilada. Cuando abrieron la puerta y lo vi pensé que era uno de sus trabajadores. ‘Hola Olga’, me saludó. ‘Soy Gerardo, qué no le da gusto verme’. Te lo juro, pensé que era broma, que uno de sus amigos se estaba burlando de mí.
Pero luego, al prestar atención a su plática, a su voz, Olga comprendió que aquel hombre, de rostro congelado, inexpresivo, en realidad se trataba de Gerardo.
[Debido a que la entrevistada fue poco clara, con respecto a las cirugías que le realizaron a Gerardo, este reportero recurrió a un reconocido otorrinolaringólogo de origen colombiano que practica estos procedimientos “no propiamente a narcotraficantes”, aclara el galeno, quien pide el anonimato: “Porque estamos hablando de una cirugía estética”.
El especialista indica que existen dos cirugías para que el paciente quede prácticamente irreconocible: la frontoplastia y la blefaroplastia. La primera altera principalmente la posición de las cejas, quitando los músculos corrugadores del entrecejo, mientras que la segunda es para retirar las líneas de expresión de los párpados”].
Empero, no fue a lo único que recurrió Gerardo. También se operó la nariz, le implantaron pómulos y le hicieron una lipoescultura.
—No cabe duda, dinero mata carita. Hasta guapo se veía este canijo —, dice Olga. —Nada que ver con el viejo panzón, de cara redonda, nariz ancha, boluda. Se quitó como 20 años de encima.
En Zacatecas, Gerardo continuó en el mundo del narcotráfico y con la apertura de negocios; abrió un centro nocturno y una tienda de lencería. Todo parecía ir bien, excepto cuando le salían mal las cosas: Los golpes y amenazas contra Frida estaban a la orden del día.
—Él se volvió inseguro, celoso. Le decía groserías, la humillaba, le recordaba su pasado.
Aunque Frida ya no se dejó, empezó a revelarse y a demostrarle que era una mujer de pantalones.
— ¡A mí no me vuelves a pegar, cabrón!
CAPÍTULO VI
“Pura porquería…”
Pese a los repentinos cambios de humor de Gerardo y sus arremetidas contra su esposa, con el tiempo decidieron ser padres de familia, un buen inicio para consolidar la relación (y ablandarle el corazón a Gerardo).
Primero nació Frida, después Gerardito.
Con la llegada de estos pequeños, a quienes Frida llamaba “mis angelitos de carne y hueso” se terminaron los viajes, las reuniones y fiestas privadas, para dar paso obligado al rol de madre de familia.
En tanto, Gerardo empezó a ausentarse y, lo que es peor, a desconectarse del mundo exterior; apagaba su celular, a veces ni contestaba.
—Empezó a salir con otras mujeres, se volvió muy descarado, pero qué podía hacer esta pobre, más que aguantarlo—, repara Olga.
En una de esas, luego de varios intentos fallidos Gerardo le contestó el teléfono a Frida:
—Yo sé que no estás en el negocio.
—Estás ahí en 10 minutos o llego y me meto con todo y camioneta al bar.
Gerardo no se inmutó ante la amenaza, pero recurrió a ciertos amigos.
Al llegar Frida, el bar estaba rodeado de patrullas, lo que impidió que embistiera su automotor con el inmueble. No obstante, ingresó enfurecida, haciendo destrozos y arremetiendo contra todos:
— ¡Ahora sí cabrones, putas, ya terminaron de trabajar, lárguense! A la cajera le tiró la caja registradora en el piso, hizo un quebradero de botellas, traté de calmarla, pero no entendía razones —, describe Olga—. Esa fue la segunda vez que fui a visitarlos a Zacatecas, pero ya no quise quedarme con ellos, renté un cuartito de hotel. No quería verlos pelear y, mira… me tocó ver lo peor.
[El negocio era reconocido por su variedad nocturna y por vender vinos y licores de marca. Los parroquianos eran de muy buena posición económica; políticos, narcos].
—Al día siguiente (de la trifulca) le hablé para ver cómo seguía y me dijo que al rato me marcaba, que andaba con Gerardo, de compras, en un centro comercial—, agrega Olga.
No pasó mucho tiempo, cuando Gerardo empezó a recibir amenazas de grupos contrarios.
Aquí también le quemaron sus negocios, por lo que acordó con Frida ausentarse por un tiempo de casa.
Mientras tanto, con el pretexto de rescatar papeles u objetos de valor, Frida acudió al bar siniestrado. Caminó entre cenizas, vidrios y botellas quebradas hasta llegar al despacho. Ahí, debajo del escritorio notó algunos DVD achicharrados, de los que rescató dos. Se los llevó a su casa y los revisó. En ellos había escenas de sexo explícito, orgías en las que participaba Gerardo y algunos amigos que lo frecuentaban. “Pura porquería”.
A su regreso, Frida abordó a Gerardo con el asunto de los DVD, enfrascándose –una vez más– en una discusión plagada de insultos. Llorosa, pero llena de rabia, Frida le dijo a Gerardo que la relación era insostenible, que quería el divorcio. Él le contestó que “había cosas más importantes qué resolver en ese momento”, así que tomó una maleta y se fue.
—Marrano.
CAPÍTULO VII
La caída
Al verse sola, Frida echó mano de la cuenta de ahorros que estaba a su nombre.
Con dos hijos pequeños, en una ciudad que apenas conocía y con una cantidad de dinero que rápido se le iba de las manos, hizo algunos movimientos; despidió a sus empleadas domésticas, trató de rentar una casa más pequeña y vendió uno de sus autos.
Durante ese trance ella se enteró que, desde hace tiempo, Gerardo había sostenido una relación con una colombiana, con quien procreó una hija.
No pasaron ni dos meses, cuando regresó un Gerardo arrepentido. Le dijo a Frida que quería recuperar a su familia, que todavía la amaba. Le lloró, le pidió perdón una y otra vez hasta que ella accedió.
—Eso fue en enero. En febrero “levantan” a Gerardo. Ese día (viernes) acabábamos de desayunar y se despidió de mí. Me dijo: cuida a mis hijos—, declaró Frida a la Policía.
Pero Gerardo jamás regresó a casa.
Un convoy de hombres fuertemente armados detuvo la camioneta en la que viajaba; amenazaron a sus escoltas y lo bajaron. No hubo balazos ni forcejeos de por medio.
Al principio Frida vaticinó que la ausencia de Gerardo obedecía a otra infidelidad, pero con el paso de los días, y sin responder a su celular, empezó a sospechar.
Inició una intensa búsqueda. Primero tocó puertas con la Policía de Zacatecas, pero le dieron la espalda. Luego viajó a la Ciudad de México a pedir ayuda federal, pero todo fue en vano.
Una de esas veces, llegando Frida a su casa, recibió una llamada.
—Pedían un rescate. Tres millones de pesos. ¿De dónde iba yo a sacar ese dinero? Ofrecí las camionetas, la casa de Juárez, nadie las quiso—, volvió a declarar Frida a la Policía.
Empero, no desistió. Volvió a viajar al centro del país en busca de respuestas.
Hasta que un día llamaron a su puerta…
Eran las autoridades portadoras de malas noticias. Habían encontrado el cuerpo de Gerardo, descuartizado, en despoblado a las afueras de Zacatecas.
—Ella esperaba lo peor. De alguna manera se fue preparando para recibir la mala noticia—, refiere Olga.
— ¿Ella aún lo amaba?—, se le pregunta a Olga.
—No creo. Él fue matando todo lo que sentía por él. Ya nada más lo quería para que la mantuviera a ella y a sus hijos—, responde Olga.
A los pocos días, con la anuencia de los familiares de Gerardo, Frida llevó a incinerar sus restos.
…Y aún no se reponía de la pérdida, cuando otro infortunio: Mataron al primo y hermano de Gerardo.
—Se acabó. Nos regresamos a Juárez.
CAPÍTULO VIII
Termina el hechizo
Frida malbarató sus bienes, dejó el inmueble que rentaba Gerardo en Zacatecas y regresó con sus hijos a Ciudad Juárez, a esa casa de ensueño que le heredó su marido y que, para darle mantenimiento, empezó a vender todo. Adiós a las figuras de ángeles, a los querubines y muebles finos.
…Pero la muerte seguía rondando a Frida.
A pocos días de su regreso, uno de sus hermanos mayores falleció de cáncer.
En el sepelio, una conmovedora escena. La madre de Frida le pidió perdón a su hija.
Josefina, una mujer vieja, acabada y triste, se ofreció a ayudarla. Eventualmente iba a limpiarle la casa.
Transcurría el tiempo y, al notar la tristeza y mala situación económica que embargaban a Frida, la mujer le propuso regresar a la venta de ropa usada mientras conseguía un empleo.
Frida no sabía de otras faenas que limpiar casas y vender ropa. Jamás trabajó en maquiladora, como prestadora de servicios o en restaurantes, así que accedió a la oferta de su madre y volvió a “las segundas”, sólo que esta vez incluyó sus vestidos de diseñador.
Instalada en “las segundas”, Frida se reencontró con viejos rostros:
— ¿Dónde te nos habías metido?, mírala, hasta te ves diferente —, cuestionó una de las marchantas en tono de burla, ante la indiferencia de Frida.
Las pocas ganancias apenas cubrían las necesidades más apremiantes, como la alimentación de sus pequeños vástagos.
—Una vez me llamó bien apurada, me pidió unas cobijas y un calentón de gas porque tenían frío, les habían cortado la luz—, rememora Olga.
Son cerca de la media noche y las vecinas de la colonia Hidalgo siguen atentas a la plática de Olga.
—Pobre Frida. Y qué hace ahora—, pregunta Gloria.
—A Frida le dio por beber, ya no le importaron sus hijos. La última vez que la vi estaba como ida, distraída, parecía enferma. Dijo que su vida había sido como un sueño, una pesadilla de la que aún no logra despertar. Tenía en su casa a dos tipos, salía con uno de ellos. Me llevó a la cocina y ahí platicamos. Frida siempre fue malhablada, pero esta vez fue muy vulgar. Muy, muy vulgar. Traía puesta una pantalonera, fea, harapienta. Sus manos secas, muy maltratadas, su cara con mucho paño, también muy dañada por el sol. Le dije: Frida, aún sigues viva, estás completita. Si quieres compañía, pues consíguete al más feo, al más gordo, al más jodido, pero primero está tu tranquilidad. De qué te sirve tener lujos si no eres feliz. Pero ella sólo movía la cabeza. “Sí verdad”, me decía. ¿Qué no quieres a tus hijos?, valórate, están primero ellos, por sobre todas las cosas”.
Gloria respira profundo y expresa:
—Antes que siga pasando más tiempo, le diré a Pedro que primero voy a terminar mis estudios. Le voy a echar ganas a la escuela, quiero salir adelante, por mí, por mi madre, que, aunque sea renegada, la quiero un montón y no pienso defraudarla.
Gloria se dirige a su madre, la toma del hombro y confiesa:
—No quería decirle mamá, pero fui elegida para una beca en la UNAM. Por eso es que no soltaba el celular, me acaban de avisar hoy, que prepare todo el papeleo.
La emoción, entre las ahí reunidas se desborda:
—Uy, pues ahora sí, vámonos a celebrar mañana, ¿no, mi María Luisa?, haga uno de esos pasteles que sabe hacer, yo pongo el asado y ustedes, Carmen, Doña María, háganse bolas con las sodas y los desechables.
Hoy Frida aún trata de vender su patrimonio, pero sus intentos han sido infructuosos; es una vivienda demasiado grande, costosa y requiere varios arreglos. Envió a sus dos hijos a radicar a Los Angeles, con familiares de Gerardo. A sus casi 40 años de edad planea rehacer su vida con su nueva pareja sentimental –un hombre 10 años menor que ella–, de quien dice estar enamorada.
—Es otro narcotraficante…. Pero esa ya será otra historia—, concluye Olga.
La reunión entre amigas termina. Cada quien se dirige a su casa, poco antes de caer una ligera llovizna sobre la frontera.
Muy al margen del sensacionalismo, esta crónica interpretativa es un amargo recordatorio, dirigido a las jovencitas que desafían las indescriptibles consecuencias que implica involucrarse en Territorio Narco. Datos explícitos, como el orden cronológico de los acontecimientos y nombres de otros entrevistados, incluidos el de Frida y Olga fueron alterados a fin de proteger la integridad de quienes accedieron a compartir sus testimonios para dar forma a esta historia. Las fotografías son netamente ilustrativas, no pertenecen a la protagonista de este relato.