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“Mi hijo es sicario”. La entrevista

¿Qué siente una madre al saber que su hijo es un asesino a sueldo?, ¿en qué fallamos como familia, como sociedad?

Nada que celebrar en mayo

REVISTA NET/EDICIÓN 54/MAYO DE 2012

CIUDAD JUAREZ, CHIH. – 

“Gracias a Dios, un sicario menos”, expresó una mujer llorosa, andrajosa y embriagada que se acercó a pedir comida en un puesto de hamburguesas, en una colonia popular del Centro.

  • ¿Por qué lloras “Bety”, qué pasó, no me digas que…? 
  • Sí, nos avisaron ayer, y como no teníamos dinero pos ahí se quedó, en el Semefo.

Tan pronto fue despachada, la comerciante soltó el chisme.

  •  “Pobrecita, es que su hijo era sicario, ella es una teporochita que se la pasa tomando, creo vive por aquí, a veces pide dinero en la calle. Una vez llegó así como ahorita, toda mugrosita, y me contó que estaba muy triste, que su hijo había tenido algo que ver con el bombazo (julio de 2010, entre la calle Bolivia y 16 de Septiembre, Zona Centro) y que lo andaban buscando”. 

Otra madre, en circunstancias similares, se atreve a narrar su propia historia. 

Ella es “María Luisa” y confiesa: 

«Mi hijo es sicario». La entrevista

Instalada en la confidencia, enfundada en el anonimato, pero sintomática, la progenitora de “Lalo”, “María Luisa” comparte su desgracia. 

“Es que ya no aguanto más, tengo que sacar lo que llevo dentro. La gente debe saber que nosotras también sufrimos”. Su testimonio sabe a congoja. 

El encuentro fue pactado en un restaurante, en el suroriente de Juárez, y por motivos de seguridad, algunos nombres y datos específicos fueron alterados.

María Luisa recuerda cuando su vecina le reveló que su hijo era un asesino. “Qué barbaridad”, le contestó asombrada. “Debería denunciarlo a las autoridades”. Pero al poco tiempo se convirtió en protagonista de la misma cantaleta y, a su vez, cómplice de su propio vástago. 

“Fue un accidente, tú no lo mataste”

EL ORIGEN

Cuando Lalo tenía 14 años, hoy 30, atropelló a un motociclista y murió. 

“Fue horrible, mi hijo le pasó por encima, le destrozó la cabeza, hubo mucha sangre”. 

Admite que su hijo nunca recibió ayuda psicológica, “no creíamos en eso”.

Después del percance, el muchacho pasó una semana en el tribunal para menores, pero no por el fatal accidente, sino por haber conducido siendo menor de edad, ya que el diagnóstico fue imprudencial y el culpable fue el desafortunado motociclista; un hombre de 22 años, cuya esposa estaba embarazada.

“Le dio sentimiento de culpa, lloraba, despertaba sobresaltado. Decía que en sus pesadillas veía a una mujer sin rostro”.

De ahí en adelante Lalo perdió el control y casi se volvió alcohólico.

“Una vez estaba tomando afuera con sus amigos y uno de ellos le comentó ‘oye guey, pos si ya mataste a uno, si matas a dos o tres ya no hay bronca’, él nomás se quedó serio”.

En el semillero del crimen

El cambio de Lalo, de albañil a sicario, empezó desde hace dos años, cuando repentinamente se fue a radicar al sur del estado donde, “con engaños”, fue requerido para supuestamente pintar y remozar unas residencias a cambio del doble de su salario.

“Desde un principio a mi nuera no le gustó la gente que fue a buscarlo para llevárselo. Dice que primero lo emborracharon”. 

Transcurridos dos meses, la esposa decidió irse a vivir con él, ya que le mandaba muy poco dinero para la manutención de sus tres vástagos. “Fue cuando empezó a notar cosas. Su mujer se quejó conmigo. Dijo que ya no era el mismo, que se volvió agresivo, que la ignoraba y lo más raro es que ya no salía de esas camisetas London que ahora usan los narcos”.

“Luego iba y volvía con el pretexto de trabajar de pintor “de brocha gorda”, porque es muy bueno, es rápido, aquí lo contrataba gente rica para pintar sus casotas, ganaba muy bien”, acierta María Luisa. 

“Cuenta mi nuera que irse a vivir con él fue una pésima decisión porque a veces pasaban hasta tres, cuatro días y él no llegaba a dormir, que no le avisaba por teléfono”. 

Admite que cuando fue a visitarlos nunca vio “cosas raras. Iba a ver a mis nietos y me regresaba a Juárez”.

En contraparte, su nuera le confesó que un día vio cuando un hombre le pagó “un trabajo” a su marido con un paquete de cocaína.

Ahí empezó todo, relata su suegra.

Luego de un evento de alto impacto, que consternó a la nación “nos llamó mi hijo para decirnos que ahora sí ya no podía regresar”

Aunque no tiene la certeza de que su hijo participó en tal “evento”. Desesperado, le advirtió que su “patrón” ya no lo iba a dejar volver a la frontera.

No obstante, a los tres meses retornó, y ahora no sólo la esposa notó el cambio. Ahora toda la familia lo veía con otro semblante, su comportamiento era jactancioso y envalentonado. La manera de hablar era distinta, la de mirar y de vestir, pues muy lejos quedaron los pantalones Dickies y viejos jeans, para darle entrada a la ropa de marca. 

Nunca le importó tener amigos, ahora menos. 

“Antes ni usaba botas, no era de esas cosas, se ponía cualquier camiseta o playera. Cuando lo vi le dije ‘tú qué…’, se me hacía raro. Según él, la ropa se la habían regalado. Además, no era el mejor padre, pero era familiar, iba y venía con sus niños. A mí me dejó de visitar como un año, y ahora ni sus hermanas le hablan”.

Menciona que siempre carga celulares, radio, y que no sostiene una plática por estar al pendiente de contestar el teléfono.

A los dos meses de haber vuelto a Juárez les informó a todos que su patrón le había ordenado cambiarse de domicilio, y no sólo acató sus órdenes, vendió hasta su patrimonio.

“Nos aseguró que iba a remodelar la casa, pero nada, rápido se deshizo del hogar que mi esposo y yo le regalamos cuando se casó. La verdad es que sí me arrepiento de haberle dado la casa porque incomodé a mis hijas; las tuve que meter a un cuarto, sin privacidad, en un terreno que teníamos por la periferia”.

Hoy por hoy, la familia de Lalo parece ermitaña, viviendo de renta en renta. 

Al inicio María Luisa se aferraba a que su nuera se hacía ideas. “No quería pensar que mi hijo fuera así. Yo crié a los cuatro (hijos) de la misma forma, quisiera saber en qué momento se contaminó”.

A Lalo, todo

Hoy María Luisa no para de lamentarse. Se remonta al pasado y no sabe cómo su hijo se volvió “un monstruo”.

“Se supone que éramos una familia normal”, comenta dudosa.

“A él le dábamos lo que quería, le facilitamos la vida, hasta le dimos la casa amueblada cuando se casó (a los 16 años). Mis hijas nunca me lo perdonaron”

Y es que, después de la boda la familia empacó maletas y se fue a vivir a un cuarto maltrecho.

“Como era el único varón, mi marido lo consentía demasiado, le compró su carrito para que no anduviera yendo a la escuela en ruta, a veces se llevaba a sus hermanas, pero casi nunca. Me acuerdo que un día fui a la escuela (técnica) pregunté por él y me dijeron que ya tenía como un mes que lo habían corrido por no asistir a sus clases”.

Indica que su marido, en vez de molestarse e imponerle un castigo, lo tomó a broma y le dijo “cabrón, de seguro te la pasabas en los billares”. 

Situaciones como las arriba descritas llevaron a Lalo a ser un matón, frívolo y desalmado, considera María Luisa. 

“Mis hijas me dicen que no es nuestra culpa, que cada uno es culpable del camino que toma y es dueño de su propio destino, que tanto él como ellas fueron educadas de la misma manera y que cumplimos hasta cierto punto”.

Durante la conversación, María Luisa insiste en que su angustia es similar a la de las madres de víctimas mortales.

¿Cómo se enteró de que su hijo es sicario?

María Luisa no termina de asimilar que engendró a un asesino. Su guerra contra el “no puedo creerlo” es una de las tantas razones que aturden su mente, y que ahora la obligan a romper el silencio.

Encargada del área de intendencia de una maquiladora, la mujer cuenta que en cierta ocasión mataron a un compañero de trabajo. “Nos organizamos para hacer una marcha, yo estaba muy indignada y dispuesta a manifestar mi repudio”, pero poco antes de irse, fue abordada por su hija. “Parecía que había visto a un fantasma. Le pregunté riéndome: ‘y a ti qué te pasa, qué comiste que te hizo daño o qué’. Pero ella seguía muy seria, me dijo que ya no aguantaba, que tenía que platicarme algo importante”.

–Mamá, se trata de Lalo.

–Ya vas a empezar con tu hermano.

–Es que usted no sabe, anda en malos pasos, está haciendo algo muy malo, por eso está muy cambiado.

–Como qué.

–Qué es lo peor que puede hacer una persona.

–No te entiendo hija, explícate.

–Sí mamá, qué es lo más grave que puede hacer un ser humano.

– Pues, ¿Matar?

–Sí, mamá, eso anda haciendo su hijo Lalo, anda matando gente.

A la mujer se le subió la presión, ambas lloraron, y su debut como activista terminó de tajo.

María Luisa comparte que a veces se siente sola con su sufrimiento, pues sus hijas no quieren hablar con ella para no alterarla, debido a sus padecimientos cardiacos.

“Saben que si le pasa algo a mi hijo la que más va sufrir soy yo. Sé que mi marido también lo sabe, pero no se puede hablar con él, es de esos hombres machistas que para todo sale con groserías. Nos dice: ‘este cabrón anda con sus chingaderas‘, ‘con sus pinches mamadas’. Es muy hablador”.

Después de soltar el llanto, María Luisa insiste: “es que usted, nadie sabe lo que es vivir así, en represión; me he puesto muy mala, se me ha subido y bajado la presión”. 

¿Cómo supo su hija?, “mi yerno lo vio”.

Hace tiempo mataron a unas autoridades, por una de las principales calles de la urbe. “Y mi yerno pasó por ahí, cruzaron miradas”. Son de esas cosas inesperadas, describe la entrevistada. 

Dice que su yerno iba caminando y de pronto oyó disparos. Al voltear “vio a Lalo con un cuerno de chivo en la mano”, que subió a una camioneta y que los cuerpos de las víctimas quedaron ahí tendidos, ante la vista de los paseantes.

Después de eso, su yerno empezó a cambiar con su hija. A las dos semanas la familia organizó una comida y no la dejó que asistiera. Desde entonces se mantuvieron al margen. 

Meses después, a su yerno se le quedó la camioneta varada en la calle y al no hallar otra alternativa de ayuda le llamó a su cuñado, quien al calor de la plática aceptó que el pistolero que había visto era él, “haciendo un trabajo”.

 “Es un trabajo, es mi trabajo”, se justificó ante el asombro de un cuñado aturdido, a quien también le confesó que extorsionaba, secuestraba y ejercía el carjacking (robo de auto con violencia).

“Mi hija no me contó todo porque no dejó a su marido que le diera detalles. Ella, al igual que toda la familia, entre menos sepamos mejor. No nos queremos contaminar más de lo que ya de por sí estamos. Sabemos que no está bien lo que él anda haciendo y con eso nos quedamos, no necesitamos más”.

…¿Y su padre?

María Luisa narra que su hijo iba muy de la mano de su progenitor, de “Pedro”. 

Que juntos se emborrachaban en el trabajo, que se iban de parranda, eran grandes amigos. 

Por eso, en su momento no comprendió lo que sucedió aquella noche de sábado, cuando llegó muy tomado “hablando pestes” de su compañero, socio y amigo.

“Estaba ahogado. Se sentó en el sillón y empezó a llorar como un niño. Nos pidió a mí y a mis hijas que nos acercáramos y empezó a decir: ‘he conocido al mismo demonio. A la persona más mala, de tan malos sentimientos, que ustedes no saben a qué grado llega su maldad. Hoy sé que es el ser más desgraciado que vivió con nosotros y que no puedo entender, si yo no soy así’”. Se refería a su hijo Lalo.

Alcoholizado, el hombre contó que su vástago al parecer había matado a uno de sus camaradas.

La esposa describe el brutal acontecimiento: “a mi esposo le prestaron un dinerito para iniciar su propio negocio y lo asaltaron, según él, sus propios amigos. Cuando eso pasó, mi hijo y éste se fueron a buscarlos, iban muy enojados. Dijo que al encontrar a uno de ellos, Lalo se transformó, que lo golpeó con tal furia que aún inconsciente, tirado en el suelo, estrellaba su cabeza contra el piso hasta el cansancio. Luego, todo desangrado lo metió a un bote de basura y ahí lo abandonó. Según mi marido, nunca se imaginó que Lalo fuera a reaccionar de esa manera, como una bestia. Eso nos contó llorando”.

Refiere que en el mundo de los albañiles siempre hay discusiones o pleitos callejeros que culminan en una borrachera entre camaradas. “Esto no fue así. Esto pasó poco antes de que mi hijo empezara a matar gente. Yo creo que mi pareja supo desde un principio que (Lalo) era capaz de asesinar, pero nunca nos platicó y eso es mejor porque como le dije antes entre más cosas sabes, más grande es la cruz que cargas”.

Hoy Pedro se limita a responder: “El hijo que yo tuve está muerto”.

Sicario arrepentido, “muy pero muy pobre” 

Una vez más, Lalo anunció a su progenitora que tenía que abandonar la localidad. Sus actividades eran cada vez más comentadas entre la familia, aunque con cierto hermetismo.

“Antes de irse vino a pedirme dinero, estaba desesperado, aseguró que ya no quería andar en lo que andaba, nunca me habló concretamente, sólo me dijo llorando: ‘quiero ser diferente, empezar otra vez con mi familia, ya no quiero ser así, entiéndame por favor, no quiero estar en esta ciudad, llena de gente mala’”.

Así que esta madre liberó sus ahorros del banco, Lalo vendió los muebles y se fue.

Confiesa que cuando su hijo le platicó que quería irse le dio un respiro.

“Se fue al sur (de la República), duró como tres meses allá, sus primos le consiguieron trabajo en el gobierno”.

No obstante, a las tres semanas le habló por teléfono a su madre para que le mandara dinero para regresarse, pues el patrón lo había llamado de nuevo.

“Le pregunté: ¿no que ya habías arreglado las cosas? Sí, me respondió: ‘hablé con ellos y me dijeron eso, nomás me pidieron que volviera, no le hace que no les dijera dónde iba a vivir, pero que regresara y ya’. Mis hijos no querían que le mandara nada”

–Se supone que un sicario obtiene jugosos ingresos, se le aborda a María Luisa.

“Eso es lo peor, yo lo dudaba cuando supimos en lo que anda metido, pues nunca trae dinero, mi nuera siempre va a lavar a la casa de una de mis hijas; hasta le compra jabón, nunca hemos visto un beneficio económico”.

–Pero viste bien, se le insiste.

“Sí, yo creo que en eso se le va el dinero, también es, o era muy mujeriego”.

Sin embargo, la verdad a cerca de su actual regreso pronto salió a relucir. 

Lalo volvió porque amenazaron a la familia de su esposa, le iban a quemar la casa si no se reportaba.

“Mi nuera se puso como loca, a grite y grite. Mi esposo le decía que para qué volvían, que seguro era para matarlo o para hacerles algún daño”. 

María Luisa, una mujer que aparenta dureza, pero que se auto-describe como frágil, insiste en que no quiere darse cuenta del drama que la aqueja.

Pero eso no sucede con su nuera, a quien tilda de desalmada.

“Esta mujer le dio un ultimátum a mi hijo para que volvieran a Ciudad Juárez: ‘no me importa en lo que andes, si en eso tienes que andar no me interesa, si tienes que volver a trabajar con esa gente, vas a trabajar con esa gente’”. 

“No piensa en él, o en sus hijos que siempre andan juntos”, se lamenta María Luisa.

Insiste en echarle la culpa a la fémina. “Porque la mujer tiene mucho poder ante el hombre, puede alinearlo, decirle que las cosas están mal. Ella puede influir de una manera positiva con él y no lo hace”.

Hoy por hoy la mujer le compra a Lalo veladoras e imágenes de la Santa Muerte.

Señala que su hijo todavía se desaparece. La última vez, la familia salió a buscarlo a la policía, a las instalaciones del Servicio Médico Forense (Semefo), al hospital. “Por eso mis hijas le tienen tanto resentimiento, porque saben que yo sufro”.

Incólume, Lalo continúa suelto, “haciendo sus fechorías”

“Yo sé que tarde o temprano la vida te lo cobra, y muy caro”, asesta María Luisa.

A pesar de que gana muy poco como sicario, se empeña en echarle la mano al grupo de narcotraficantes para el cual trabaja “quizá por estar amenazado”.

Comparte que cuando agarraron a un capo de la mafia, “allá por el sur”, Lalo se movilizó para conseguirle datos y documentos falsificados.

Esta madre de familia era una de esas mujeres queridas por todos sus conocidos: fuerte, alegre, activa, colaboradora en la colonia y en el templo. Ahora pasa desapercibida, ya no se detiene a platicar con sus vecinos y su mirada es triste, ya no sonríe.

Ahora, cuenta que empezó a tener fijación por las noticias. No se pierde los tres principales noticieros locales y no deja de comprar los diarios para leer la “nota roja” rogándole a Dios no encontrar alguna mala noticia de su hijo.

¿Cómo cree que va a terminar su hijo?

“Hace poco, que veníamos del mandado, en la camioneta, mi esposo y yo escuchamos la canción ‘De Cara a la Muerte’ (narcocorrido, de Gerardo Ortiz). Habla de lo que siente un sicario cuando se encuentra emboscado. Le dije a mi marido: ‘algo me pasa con esa canción, siento que nuestro hijo algún día va a vivir lo mismo’”. 

Pero lamenta que cuando toca el tema de los sicarios con Pedro le dice: “que maten a todos esos cabrones”.

“Yo siento feo, como una puñalada en el pecho y lloro por dentro, pienso que ojalá y nunca tengamos que pasar por eso. Acuérdate de tu hijo” nomás le digo a mi esposo. 

A la fecha, María Luisa no se imagina el dolor de perder a un vástago. 

“Lo que sí, es que cuando veo en las noticias que asesinan a alguien es como si mataran una parte de Lalo, es algo muy extraño. Yo sé que en cualquier momento me lo pueden matar, y sé que voy a sufrir, tanto, como todas esas madres de las víctimas de mi muchacho”.

A María Luisa no le da miedo su hijo. Confiesa que le da lástima. 

“Lo veo tan falto de algo, lo noto frágil, es tan infeliz. Ya no lo veo sonreír o que esté contento por algo, siempre anda con la mirada perdida, todo ido, como zombi”. 

Afirma que dejó la albañilería, que ya no trabajado en eso, ni siquiera para disimular su cambio de hábito. 

¿Qué la motivó a platicarnos todo esto?, se le pregunta a María Luisa. “De alguna manera desahogarme, sentirme un poco más liberada”. 

¿Qué futuro le ve a Lalo?, se le cuestiona, para después de una larga pausa responder: “es que no le veo futuro, no veo que vaya a ser un hombre de bien”. ¿Y si lo matan? “Aunque me duela decirlo, creo que sería lo mejor. En la cárcel iba a ser peor”. 

El deseo de “María Luisa” es que “Lalo” se reivindique. 

Ya no alude en el “si yo hubiera”. Está convencida de que será una tarea complicada. “Así Lalo cambie su rostro o se haga una liposucción, será imborrable la cicatriz que queda en la conciencia de un asesino a sueldo”. 

IMPORTANTE – La imagen que aparece para ilustrar esta entrevista es una composición fotográfica.