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La vida deTrans de Morganna Love

“Yo le pedía a Dios, todas las noches, que en la mañana siguiente mi cuerpo estuviera transformado en el de una mujer”

Ciudad de México. –

Antes de empezar la entrevista, Morganna acepta una copa de vino que nos ofrece su representante David Romo. “Regularmente no tomo, cuido mi voz, sobre todo cuando acabo de cantar. Pero, vaya, hombre, hoy no canté, así que…”. La sopranista le da un sorbo a su vino tinto, chileno, frío y agradece a este reportero su interés por publicar su historia. “Por tener una sociedad más culta, respetuosa y tolerante”. ¿Cuál es tu nombre completo, el de pila?, se le pregunta para iniciar con la charla.  “Soy Morganna. Morganna Love”, contesta una mujer de voz suave, muy guapa, delgada, con una larga melena negra, de un anguloso rostro y unos dientes perfectos que escapan de una encantadora sonrisa. ¿Por qué Morganna? “Yo creo que Morganna me escogió a mí, siempre he creído que los nombres escogen a uno.  Pero Morganna se escuchaba muy fuerte, así que pensé en suavizarlo y llegó a mi mente una de mis más fuertes creencias que es el amor; creo que venimos a este mundo a amar, a amarnos a nosotros mismos, porque nadie nos educa para eso. Es un trabajo complicado en  un mundo tan lleno de injusticias, pero es un fin y uno de mis objetivos”.  Así nace Morganna Love

“Mira, legalmente soy Aleisa Morganna Martínez Bautista. Hice el cambio legal hace medio año, aquí en la Ciudad de México. Mi nombre anterior era Saúl, pero ya todos mis documentos están como Morganna”. Abre el diálogo.

Saúl, antes de Morganna

¿Cómo vivió Saúl su infancia? “Se la pasaba en la escuela de monjas, ahí cantaba todo el tiempo, rodeado de música desde niño. Su papá todo el día trabajando y él con su mamá todo el tiempo, haciendo tareas,  viendo televisión, caricaturas, telenovelas”, repara Morganna Love para abrir paso a una serie de respuestas en tercera persona. 

Originario de San Miguel de Allende, Guanajuato, Saúl tuvo una niñez tranquila, hasta los 10 años, “cuando empezó a despertar su verdadero yo”. 

“Desde niño sabía que había algo raro en él, sus genitales nunca los sintió suyos, se veía el pene y decía: qué es esto, no lo quiero, que se caiga… y, pues nunca se cayó (dice en tono de broma). Le pedía a Dios, todas las noches, que a la mañana siguiente su cuerpo estuviera transformado en el de una mujer”.

[En términos científicos, Saúl sufría disforia de género, una condición en la que la persona siente que su identidad de género es una discrepancia con su sexo biológico].

A los 12 años, en la secundaria “las cosas se pusieron intensas”: 

La voz de Saúl empezó a mostrar cambios, fue víctima de bullying y se enamoró. 

“Creo que, inconscientemente, nunca dejó que le cambiara la voz, porque cuando empezaba así, como que, a salírsele el gallito, decía: no, no quiero tener esa voz fea. Empezó a hablar así y así se le quedó la voz. Imagínate en la secundaria, un chavito así súper flaquito, muy femenino, hablando como mujer”. 

Dice que el trayecto de la escuela a su casa era de 20 minutos, tiempo en el que regresaba llorando, tras largas jornadas de acoso de sus compañeritos. No quería que sus padres, especialmente su madre, lo vieran afligido.

Suelta una anécdota: “Un día, de la tiendita (cooperativa) a su salón lo alcanzó uno de los chicos, lo agarró de la mandíbula y le puso la mano en los genitales, súper fuerte, lo tomó por atrás, lo inmovilizó y le susurró al oído cosas como: ‘te gusta, te gusta esto’, fue doloroso, de niños podemos ser muy crueles”.

Saúl desviaba su realidad y confusión al estudio y le gustaba cantar.

“Sacaba muy buenas calificaciones. Se juntaba con puras niñas, ellas lo defendían”.

¿Cómo se la pasaba en casa? “Muy bien cuando estaba con sus papás y con sus (tres) hermanos. Pero en su cuarto, solo, lloraba mucho, todas las noches; porque no sabía cómo vivir, porque no sabía qué estaba pasando dentro de él, porque se sentía mujer y tenía que vestirse como hombre, juntarse con hombres, cortarse el cabello como hombre y actuar como un hombre. Era desesperante. Además, siempre fue un niño muy enamoradizo, pero nadie le hacía caso, obviamente nunca le dijo nada a nadie, pero veía a sus amigas de secundaria y de prepa recibir cartitas de amor, flores de los chavos y a él nadie lo pelaba, sólo una que otra niñita”. 

Tanta era su tristeza, que a los 15 años Saúl intentó mutilarse: “Se quiso cortar todo (pene y testículos) con unas tijeras, pero gracias al universo no se atrevió, le dio miedo, sabía que podía desangrarse. Imagínate, tener algo ahí que te estorbaba, que no era tuyo, era en verdad una sensación horrible; sentía coraje, tristeza, era una frustración a un nivel que nadie, a esa edad, debería de vivir”.

¿Sufrió algún tipo de represión en el hogar? “No. Aunque su mamá, a los siete años, lo cachó pintándose las pestañas con su rímel (ríe), lo regañó muy fuerte, le impactaron sus palabras: ‘los niños no hacen eso y tú eres un niño. No hagas eso nunca más’. Fue cuando comprendió que no tenía que hacerlo nunca más, al menos frente a alguien”. 

Así que, en solitario, en la intimidad de su alcoba, Saúl se enredaba las sábanas por la cintura, las toallas, simulando vestir una falda larga.

“Un día su papá, preocupado, le dijo a Saúl que la voz le tenía que cambiar, lo llevó a clases de canto, pero la maestra le dijo: ‘No. Tú cantas hermoso, más bien te voy a desarrollar para que sigas cantando así”.

Tampoco lo llevaron al doctor o al psicólogo. “El tema trans no se tocaba en San Miguel de Allende”. ¿Qué le decían sus hermanos? “Siempre lo trataron muy bien”. 

En sus fantasías solía identificarse con el prototipo femenino: En las caricaturas él era chita y su hermano He-Man, él era La Mujer Araña y su hermano El Hombre Araña.

Sus vecinos, ¿le decían algo por ser diferente? “San Miguel de Allende es una ciudad con una población multicultural, por un lado está toda esta gente extranjera, liberal y amante del arte y por el otro la que tiene ahí sus raíces, conservadora, tradicional, católica: su familia era de esa parte. Bueno, ya no (ríe), ya tienen un hijo trans”. 

A los 12 años Saúl se enamoró por primera vez. “Se juntaba con dos primos. Le gustó uno de ellos, pero el muchacho quería a una de las niñas más bonitas del salón, rubia, de ojos claros. En ese entonces había una telenovela que se llamaba Baila Conmigo, él se sentía (la actriz) Bibi Gaytán y cuando llegaba a su casa se encerraba en su cuarto, prendía la grabadora y ponía esa canción: ‘Olvídame y sé feliz (canta una estrofa)’. Y él, llore y llore”. 

En la prepa quedaron atrás las agresiones físicas, pero continuaron los insultos. “Le decían que por qué era así, que si le habían cortado un huevo (testículo), que si lo habían violado. En fin, lo que cualquier persona de la diversidad creo que ha sufrido por una falta de conciencia, de educación y respeto”. 

Durante su niñez, Saúl atravesó por diversos cuadros depresivos, pero nunca intentó suicidarse. Tanto el estudio, como el arte y su pasión por el canto fueron su tabla de salvación. 

“Después de la prepa sus papás le dijeron que tenía que estudiar una licenciatura para valerse por sí mismo. Él les dijo: pero es que sólo quiero ser cantante”. Ellos insistieron. “Así que investigó las licenciaturas, hasta que encontró la de Cantante de Ópera, en la Escuela de Música de la Universidad de Guanajuato”. Así que Saúl se mudó a la capital guanajuatense y sólo los fines de semana regresaba a casa.

“Ahí él estudiaba piano, idiomas, solfeo, todo lo que se le ponía enfrente para ser el mejor y superar todo eso que estaba pasando”.

Para entonces, Saúl parecía tener algo claro: “creo que soy gay”, pues en provincia no había información para personas trans. “Una vez vio a unas (trans), no sé si en la tele o en la calle y le ocasionaron un terror muy grande. ‘Hay, qué es eso’, dijo, la gente misma te incita a alejarte de esas personas, lo único que te dicen es que están enfermas, que son monstruos”. 

A los tres años de carrera, una amiga le recomendó a Saúl irse a estudiar al Conservatorio Nacional de Música de México, en el Distrito Federal. No lo pensó dos veces. Ya tenía 21 años de edad. 

En el centro del país empezó a compartir habitación con varias personas del ambiente trans, que con el tiempo se hicieron sus grandes amigos.  

Fue cuando Saúl tuvo una etapa travesti (o transgénero).  ¿Cómo fue su primera experiencia? “Todo fue como muy paulatino, primero compró una peluca y no la usó, ahí se quedó guardada, luego una blusa, después un pantalón”. 

Pero un día se animó. “Se puso la peluca, se maquilló y fue a un antro trans, aquí en la Ciudad de México.

¿Cómo sintió las miradas de la gente? “Muy raro, pero se veía al espejo y decía: esa soy yo y no el niño que anda por ahí.  Aunque fue incómodo, por la misma inseguridad que te llegan a causar esos conflictos sociales y conceptos que ya de por sí traes”.

La segunda ocasión que se atavió de mujer fue en su cumpleaños. “Invitó a sus mejores amigos y les dijo: este soy yo y así seré de hoy en adelante. Fueron a un karaoke. Él cantó ‘Detrás de mi ventana’ de Yuri. Yo no sé si la gente se dio cuenta, pero le aplaudieron bastante”. Ahí lo confirmó Saúl: “esta es la vida que quiero”.

Al poco tiempo empezó con terapia hormonal vía oral, nunca quiso tratamiento hormonal inyectable (intramuscular) “porque esa hincha”.

Además, debido al daño que le causaba utilizar ropa tan ajustada, al poco tiempo le realizaron una orquiectomía radical o retiro de los testículos.

Pese a este gran paso en su vida, todavía le era difícil vivir en “un cuerpo ajeno”.

“Estaba terminando el Conservatorio y lo invitaron a trabajar a una compañía de ópera, al LIEM (Laboratorio de Investigaciones Escénico Musical). Pero llegó una temporada en la que, no podía levantarse ni a trabajar por la depresión tan grande que sentía. En su desesperación se metió a Internet y tecleó tal cual: Me siento mujer, pero soy hombre”. Y al ver las respuestas, pensó: “Soy como esos monstruos, esos seres malos que me han dicho que no debo ser y, como ellos, me tengo que dedicar a la prostitución. Ese fue el raciocinio de Saúl y se deprimió más todavía. Ahí (en Internet) también decía: lo primero que tienes que hacer es ir con el terapeuta para que te mande con el endocrinólogo y te empiece a hormonizar.

Y fue lo que hizo. Saúl tocó varias puertas hasta llegar con el psicólogo Eusebio Rubio, quien le advirtió: tienes dos opciones: quedarte como estás, intentar ser feliz así, como hombre, o hacerte el cambio físico, porque en lo cerebral no se puede hacer nada”. 

Para quitarle la depresión a Saúl, le recomendó unas pastillas psiquiátricas o empezar a escribir una biografía de su vida.

“Le dijo el especialista: (redactarla) te va a costar muchos días, sudor y lágrimas. No quiso tomar más pastillas, así que se fue a su casa y se puso a escribir, con muchas, muchas lágrimas todo lo que había vivido desde niño. Ahí se dio cuenta que toda su vida había sido una mujer, que todos sus sentimientos, sensaciones, lo que veía y recibía, lo que hablaba y pensaba le decían a gritos que era mujer”.

Empezó a ver a una endocrinóloga, Rosario Tapia, quien lo sometió a estudios neurológicos y a más tratamientos hormonales.

“Carísimo todo”, rememora. “En esos días no tenía ni para comer, pero sí para sus hormonas. Fue un proceso muy largo, no como en ‘(la película) La Chica Danesa’, que me pongo las medias  y ya soy mujer. No”.

¿Cuándo decide Saúl operarse? “Cuando empezó a preocuparse. Las hormonas son algo muy delicado; mientras más tomas, tu hígado se vuelve más sensible. Así que la solución era esa, operarse”.

Pero su disyuntiva surgió al enterarse que la cirugía de reasignación de sexo llegaba a costar, aquí en México, hasta 180 mil pesos. 

“¿De dónde iba a sacar Saúl esa cantidad?, si a veces la compañía de ópera, como dependía del gobierno, tardaba hasta tres meses para pagarle”.

LIEM cerró sus puertas y Saúl se unió a las filas del desempleo, un camino sinuoso, de discriminación laboral, por lo que, al igual que muchos transexuales y transgénero en México, se convirtió en indocumentado en su propia tierra. Rememora: 

“Una vez fue a llevar solicitud a un spa, le hicieron pruebas, les gustó su cara, su físico, pero al preguntarle por su credencial de elector le dijeron que no podían darle el trabajo, que el contador iba a decir que estaba trabajando una persona y le estaban pagando a otra”. El motivo: en la identificación oficial aparecía la foto de una mujer, con el nombre de Saúl Martínez. 

“Lo sentimos mucho”, le dijeron, tal vez las clientas se puedan ofender”. Y como esa, otras tres veces ocurrió lo mismo.

¿Al actualizar su credencial de elector, cuestionaron a Saúl por ir vestido de mujer? “No porque era su identidad. Fue a tomarse la foto tal como era ante la sociedad”.  

[En ese entonces, para cambiar de nombre se tenía que hacer un juicio, acudir con peritajes, médico endocrinólogo, terapeuta sexual. Hoy las cosas han cambiado, tras aprobarse una ley que da pleno reconocimiento jurídico a las personas transexuales y transgénero en la CDMX].

Finalmente, Saúl entró a trabajar a un antro trans, al Club Roshell, donde cantaba música más comercial. Ahí ganaba poco, así que se fue a vivir solo, a un cuarto modesto, alejado de la ciudad y consiguió tratamiento hormonal gratuito en la clínica La Condesa. 

Una noche, cuando estaba en el club, llegó un hombre muy atractivo, quien se identificó como Flavio Florencio director de cine, quien le dijo a Saúl que estaba buscando chicas trans como él, con aptitudes artísticas para una serie WEB, que él atrajo su atención porque lo escuchó cantar en vivo. Así que al día siguiente se reunió con él para platicar a cerca de su proyecto. 

Una de las preguntas del cineasta fue: ¿Cuál es tu motor, qué quieres de tu vida en estos momentos? A lo que Saúl fue contundente: “quiero ser mujer y hacerme la cirugía (de cambio de sexo biológico) en Tailandia. Yo no sé cómo le voy a hacer, le dijo a Flavio. Así me tenga que esperar hasta los setenta años, me voy a operar en Tailandia. Para eso, Saúl había leído en Internet que allá estas cirugías son lo plus ultra en estética y sensibilidad. Le dijo: así que si voy a arriesgar tanto, tengo que hacerlo con los mejores. En cuanto tenga el dinero me voy a Tailandia”. 

“…Y yo te sigo a donde vayas”, le replicó Flavio Florencio: “Porque quiero hacer un documental de tu vida”. 

 Y a partir de ese momento, encendió su cámara y empezó a rodar “Made in Bangkok”.  

Parecía que la suerte le empezaba a sonreía a Saúl. Justo en esos días una amiga que vive en Madrid, de nombre Esther, le enviaba las bases para un certamen de belleza internacional para chicas trans. El concurso, algo muy similar al de Miss Universo, se llevaría a cabo en Pattaya, Tailandia. La ganadora obtendría 10 mil dólares, lo que costaba la operación de reasignación de sexo.

“Saúl nunca había participado en un concurso de belleza, pero aplicó y lo escogieron para representar a México. Fue Miss México (se jacta entre risas). Y pues ahí fue”. Y detrás suyo, Flavio “y su camarita”.

La experiencia, la define como una de las más increíbles de su vida, pese a que, dice, “estos certámenes son más bien de resistencia”; de levantarse a las cinco de la mañana, alistarse a la perfección, realizar actividades, visitar patrocinadores, andar todo el día en tacones de 12 centímetros y dormirse a las dos de la mañana. 

Todo ello, en una semana, en la que conoció a gente interesante del ambiente transgénero y transexual a nivel mundial. “A la participante de Filipinas; a esta chica de Venezuela que se convirtió en una de sus mejores amigas; a Miss Rusia, que es sordomuda, que se acaba de casar con un chico guapísimo, ella es top model en Rusia, en un país donde la situación de discriminación está súper complicada; a gente de Estados Unidos, de España”.

Lamentablemente Saúl no ganó, ni siquiera quedó entre las 10 finalistas. “Yo creo fue porque tenía una razón para tener mucha inseguridad, y que estaba ahí (señala su entrepierna)”. ¿Y las demás concursantes estaban operadas? “Mira, de las 21 concursantes, tres estaban operadas: la chica de Japón, la de Nigeria y la de Rusia, pero tampoco ellas ganaron, ganó la de Filipinas; ella tenía toda la seguridad del mundo, ya era modelo, ya había concursado en esto. En segundo lugar quedó una brasileña, prácticamente Beyonce (cantante estadounidense), tenía todo operado; frente, dientes, nariz, mandíbula, oídos, cuello, brazos, hombros, cadera, bubis, pies. Era perfecta. En tercer lugar quedó Tailandia, una muñequita maravillosa, impresionante”. 

En un país muy lejano al suyo, sin dinero, ni para comer, Saúl se instaló en una profunda tristeza. En tanto, Flavio Florencio agotaba hasta el último recurso. Su cámara continuaba documentando.

“Flavio lo vio tan devastado por no conseguir su sueño, que, no sé cómo ni cuándo contactó a un cirujano de Tailandia, a Preecha Tiewtranon, de la Clínica PAI3. Le mandó un mail y le contó lo que estaba pasando. No sé qué tanto le dijo, que resultó que él (doctor) era amante de la ópera. ‘Que venga, le ordenó a Flavio, quiero conocer a Saúl, quiero platicar con él”. 

“Llegaron a la clínica. Saúl casi no entendía nada, aunque hablaban inglés, sólo alcanzó a entenderle al doctor: ‘tu operación va a ser en tres días’. No lo podía creer. Menos aquello de:  “Yo te regalo la cirugía”. ¿Cómo le cayó la noticia a Saúl? “Lloró. por fin el milagro que había esperado desde niño”. Saúl ya tenía 32 años de edad.

¿Qué hizo Saúl los días previos? “Fueron días de pensar mucho, de qué había hecho con su vida y qué iba a hacer de hoy en adelante. Le llamó a su mamá, pero no para decirle que lo iban a operar, sino para saludarla, para que supiera que estaba bien, qué tal si se moría ahí en la cama de operaciones”, aunque luego reflexionó: 

“Si me muero habré muerto por seguir mis sueños. Creo que es algo por lo que valdría la pena morir”.

Luego Saúl fue sujeto a más estudios y medicamentos para limpiar su organismo. 

Cabe destacar que él ya era candidato a esta cirugía, pues tenía siete años hormonizándose. 

[De acuerdo a David Barrios Martínez, médico cirujano y psicoterapeuta especializado en el área, una persona trans tienen que estar, mínimo, dos años en hormonización y terapia psicológica].

Asimismo, el doctor de Tailandia se comunicó con el psicólogo de Saúl, Eusebio Rubio,  para avalar su operación.

Llegó el día de la cirugía. “Creo que Flavio estaba más nervioso que Saúl. En el quirófano, las enfermeras hablaban poco inglés, pero han sido las personas más amables que ha conocido en toda su vida, lo cuidaron, lo mimaron y todo salió bien. Lo último que recuerda fue haber visto luces frente a él. Y a los doctores acercándose con sus mascarillas”. La cirugía duró dos horas y media.

¿Qué pasó cuando abriste los ojos?, se le pregunta a quien a partir de este momento deja de ser Saúl, para dar paso a Morganna Love.

“Pensé que no me había muerto (ríe). Y ahí estaba Flavio con la camarita eterna, ¿cómo te sientes?, me preguntó. Muy  Soñolienta, le contesté. Y ya me dijo: ‘felicidades, eres mujer’. Sí, le dije. Lo soy. Fue algo muy, muy bonito. Por fin”.

¿Es el fin de Saúl? “No. No es el fin de Saúl”, aclara Morganna Love. “Saúl es mi hermano gemelo que se fue a visitar Tailandia y se quedó a vivir allá”. 

¿Hubo dolor, después de la cirugía? “Fíjate que no me dolía, sólo una sensación muy extraña. Duré en el hospital una semana. A los tres días el doctor me dijo: tienes que levantarte a caminar. Cuando me levanté sentí que me vaciaba. Por un lado estaba la enfermera ayudándome y por el otro Flavio grabando todo”.

Al sexto día le quitaron las sondas a Morganna. “Eso sí me dolió, nunca nada, jamás en mi vida me había dolido algo como eso; que me sacaran todo, sin anestesia. Yo tuve un dilatador adentro esos días para que no se cerrara la herida”. 

Acto seguido le prestaron un espejo para ver el resultado final de la cirugía.

Morganna hace una pausa pronunciada: “No lo podía creer. No sé lo que sentí, como que en ese momento nací, y me cayeron muchos veintes. Pensé: yo no entiendo cómo la gente que no tiene disforia de género no es feliz. No entiendo cómo las personas pueden estar tan frustradas todo el tiempo, tan enojadas, tan tristes, si no tienen esta cosa que tenemos nosotras que se llama disforia de género”. 

[El investigador y escritor Flavio Florencio finalmente apagó su cámara. A la fecha, Made in Bangkok se ha proyectado en importantes festivales de cine a nivel nacional e internacional y ha obtenido algunos reconocimientos, entre ellos el Premio Guerreros de la Prensa, en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, como Mejor Documental Mexicano]

Desde entonces, hace ya tres años de la operación, Morganna comenta que se siente “como en las nubes”: “Por tener una vida, por ser plena y hacer lo que quieres, por poder dedicarte a lo que te gusta, por tener todas las capacidades”.

“Sufriste el síndrome del miembro fantasma (cuando se pierde la pieza de algún órgano del cuerpo)? “(suspira) Ay, no, todo mundo me preguntaba eso, yo no (ríe). No. Uno: porque estaba muy contenta, porque ya no estaba eso ahí. Dos: porque estaba muy preocupada por no saber cómo funcionaba lo nuevo. De repente como que alguna vez soñé que volvía a tener pene y desperté llorando”.

¿Qué fue lo más difícil? “Además de trabajar en conocer mi nuevo cuerpo, los tres primeros días de ir al baño sola, allá en el hospital, fue muy raro hacer del baño, no me ardió, todo mundo me preguntó si me ardió, no, para nada, supongo que la técnica que usan allá es muy buena. Al principio sentía como que aún no terminaba de orinar. Pero antes de eso, la primera vez que el doctor me tocó para decirme dónde estaba mi clítoris y mis labios, tuve una sensación muy grande (suspira)”.

¿Después de la cirugía, a quién llamaste primero? “A Facebook le avise primero (ríe). Publiqué una foto. Que estaba bien. Contenta. Ya sabes, todo mundo felicitándome, mis amigos más cercanos que fueron, mi representante David Romo, de hecho él me llamó, a Sarah, a mis amigas de San Miguel de Allende, a Ale también, una violinista.  Me acuerdo muy bien de ellos, en WhatsApp, me preguntaban ¿Estás bien?… Estás viva, me decían”.

¿Cuál fue la reacción de tus papás? “Mis papás se enteraron mucho después. Yo regresé de allá, di un concierto acá (Ciudad de México) y como en un mes fui a San Miguel de Allende, hasta entonces mi mamá se enteró de boca mía que me habían operado”. ¿Y tu papá? “Mi papá se enteró como hasta otro mes después (hace una pausa), con él no hablo del tema. Dejó de hablarme dos años, no quería verme así, como mujer. Cuando iba a la casa tenía que ir disfrazado de hombre. Poco a poco me ha ido aceptando”. En torno a sus hermanos, dice, “son un amor”, que la cuidan, que el menor hasta se pone celoso. ¿Y tu novio?  “(vuele al suspiro) Cuando le dije que ya era mujer no le gustó nada la idea, pero aún así lo intentamos. Con él perdí mi virginidad, fue algo muy, muy especial, estaba enamorada, pero después terminamos”.

¿Has batallado para tener pareja? “Sí. Ya no les gusto”, dice en tono de broma, “cómo les voy a gustar si ya no soy niño. Fíjate que estoy aprendiendo a ver el amor desde otro punto de vista, no tan cuadrado. De pronto me conoce un heterosexual, le gusto, pero se entera de mi historia y se cae la magia. Creen que todavía soy un hombre, no entienden esa parte, es complicado”. 

Morganna comenta que a un mes de intervenida tuvo su primer orgasmo, “no fue un estímulo físico o sexual”, aclara, sino espontáneo. “Fue cuando dije: wow, realmente las cirugías en Tailandia están a otro nivel”.

[De acuerdo al cirujano y psicoterapeuta David Barrios Martínez, la evaluación posquirúrgica del placer erótico es óptima, se aproxima al ciento por ciento, debido a las aportaciones de la microcirugía: “Se deben respetar las terminaciones nerviosas, ya que el órgano sexual más importante es el cerebro”].

Después de esta intervención, ¿fueron necesarias otras cirugías? “No. Incluso, considero que después de la cirugía mi cuerpo es otro. Antes me enfermaba mucho, me daba gripa, me dolía el estomago, tenía colitis nerviosa por tanto estrés, ahora me siento muy bien, de repente el cansancio, pero nada que las vitaminas no puedan solucionar. Hago ejercicio, voy al gimnasio”, y aclara:

“El tratamiento hormonal, ese sí es de por vida. Tomo una cantidad mínima de estrógenos todos los días, porque a la fecha no me gusta inyectarme; un miligramo de valerato de estradiol, todas las noches”.

Una de las primeras cosas que llegó haciendo Morganna al centro del país, fue tramitar su acta de nacimiento. “Fui al registro civil por un acta por identidad de género y en 20 días estaba lista. Llegué al Instituto Nacional Electoral, la mostré y listo, me trataron muy bien, hasta me dijeron: qué bonitos nombres te pusiste”.  

[En abril de 2015, la Ciudad de México dio un paso a favor de los derechos de las personas transgénero y transexuales, ya que entró en vigor una modificación al Código Civil del Distrito Federal gracias a la cual el reconocimiento de identidad de género deja de ser un proceso judicial para ser un trámite administrativo]

¿Te gustaría llegar a ser madre de familia? “De hecho mi doctor dice que en 10 años las mujeres trans vamos a poder tener hijos propios. Hace poco leí que a los cinco.  Pero no, no me gustaría. Quizá hace cinco años sí me hubiera gustado ser mamá. Ahora tal vez adoptaría, porque querer tener un hijo, habiendo tantos niños sin amor, sería muy egoísta de mi parte”.

¿Qué te hace feliz en estos momentos? Cantar, ver el sol, respirar, meterme al mar, 

¿Qué te aterra? “Creo que ya nada me aterra”.

La muerte, ¿te da miedo? “La muerte me llama la atención, mi muerte me produce esta sensación de curiosidad, de qué sigue, qué emoción”.

Actualmente, Aleisa Morganna Martínez Bautista tiene 35 años de edad. 

¿Qué sigue en la vida de Morganna? “Estoy enfocada a mi carrera, en cosas muy padres, muy contenta, en sacar mi disco como solista; un corte de fusión clásica, pienso en electrónica con dance o disco, pop ópera, en una fusión, definitivamente”. 

Un último mensaje:

“Creo que todo llega en su momento, si tienes las agallas para luchar por lo que te apasiona. Creo que la vida del ser humano es muy corta y muy larga al mismo tiempo. Papás: amen a sus hijos incondicionalmente, son parte de ellos, hay que apoyarlos, a tener mucha comunicación. Creo que tenemos que hacer lo que nos haga felices y lo que nos permita hacer felices a los demás, esa es nuestra responsabilidad. Creo que tienes que aguantar cosas para conseguir tus sueños.  Un solo día de esta felicidad que ahora siento me hace pensar que todo lo que pasó valió la pena”. 

Fotografía: Carlos MuRo
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