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Angelito, de la pesadilla al (otro) sueño americano

SAN FRANCISCO, CA. – 

Todos celebran con una cena en el preámbulo de Nochebuena. El ambiente es de fiesta. Hay pozole, bebida de jamaica y refresco de cola para todos. Es el quinto piso del edificio que alberga la organización Hermanos de Luna y Sol, en el Mission District, en el corazón del barrio latino de San Francisco. Ese día todos tienen algo qué compartir; amistad, nuevas relaciones, inclusión, libertad y uno que otro regalo. Angélica recién fue sometida a una mastectomía. Cada día, su sueño de convertirse en hombre ante la sociedad es más cercano. El dolor que le causa la cirugía no le impide salir a jactarse de su primer paso, ataviada con una camiseta entallada, libre de aquellos vendajes que ocultaban sus grandes senos. Esta mujer veracruzana, juarense por adopción, accede a compartir su historia con este reportero.

Por solicitud de los sobrevivientes, se cambiaron los nombres.

Por respeto a los difuntos, el resto se relata tal como ocurrió.

El patito feo

Originaria de Poza Rica, Veracruz, Angélica cuenta que desde pequeña vivió momentos que marcaron su rumbo, un camino que difícilmente admite retorno.

Su padre, alcohólico, falleció de cirrosis hepática cuando ella tenía cuatro años, por lo que quedó bajo el resguardo de la abuela materna, ya que Consuelo, su madre, se vio obligada a emigrar a la Ciudad de México para trabajar como afanadora en unas oficinas.

“Desde los seis años empecé a sentir que yo era diferente, que no era yo quien estaba en este cuerpo”, dice este chico trans que se presenta ante este reportero como Angelito y pide que durante la entrevista se le asuma como masculino.

Al preguntarle cómo vivió su infancia, lo primero que suelta es “cruda, porque también fui producto de una violación”. Su respuesta desata una avalancha de confidencias.

¿Qué recuerdas de tu padre? ¿Te golpeaba? “Nomás a mi mamá”. 

Ernesto jamás le perdonó a Consuelo, su mujer, que Angelito haya nacido niña.

“Mi mamá contaba que durante el embarazo él le decía: más te vale que sea niño, si no te mato”. 

Y muy pronto, a los nueve meses, el desencanto.

“Vagamente recuerdo que nunca fui deseado, jamás experimenté esa ternura de un padre hacia su hijo”, destaca Angelito. 

¿Él fue el que abusó de ti?, se le inquiere. 

“No. fue el esposo de mi abuela, yo tenía seis años”.

¿Qué tanto recuerdas de eso?, ¿qué sentías? “Asco”, contesta firme y sin cortapisas. 

“Por debajo de la mesa él sacaba su pene y me obligaba a hacerle sexo oral. A cambio me daba un peso, de esas monedas grandes, de plata que había en México, con la imagen de Morelos. Me decía que si yo le contaba a mi mamá él le iba a hacer daño”. 

Al término de la faena, Angelito corría a la tienda a comprar dulces.

“Yo siento que mi abuela se hacía de la vista gorda”, considera. 

La mujer, a quien apodaba “La Yaya”, sumisa, frecuentemente ataviada con un delantal, cumplía hasta el más mínimo reproche del sexagenario.

Con el tiempo, Angelito le confesó a Consuelo lo que ocurría debajo del grueso mantel de la mesa. Y ella tomó acción. Lo llevó a que le hicieran una prueba de violación sexual, pero como fue únicamente forzado a tener sexo oral y tocamientos, los estudios no revelaron abuso físico, así que su progenitora no le creyó. Por el contrario, lo acusó de difamador. 

“Yo siento que mi mamá me agarró mucho odio cuando pasó eso”. 

Hasta aquel día en que Don Toño, desahuciado, le confesó todo a Consuelo y con lágrimas en los ojos le pidió perdón.

“Yo me he sentido sucio por eso”, insiste Angelito. “Cuando dicen que uno de niño provoca a las personas adultas, como a sacerdotes, es mentira. Un niño a esa edad no sabe de muchas cosas, de malicia, de cosas sexuales”.

Pero los atentados a su intimidad no terminaron con la muerte de Don Toño. 

A la edad de nueve años, un tío, hermano de su fallecido padre heredó estas prácticas. 

Y fue más allá: “El me tocaba, me enseñaba el pene y varias veces me violó, como unas ocho veces. Ahí también yo siento que mi abuela se hacía de la vista gorda”. Angelito se reserva los detalles de cada violación.  

¿Qué te daba a cambio? “Nada. Una vez me lastimó con algo para halar hierva, me lo dejó caer y me abrió el dedo gordo del pie, entonces le tuve miedo”. Prefirió no contarle a Consuelo. 

¿Algún amigo que le hayas confiado? “No. Siempre me lo guardé. Se lo comenté a una expareja que tuve, mucho tiempo después, porque ella también había atravesado por situaciones muy dolorosas”.

Los abusos marcaron la infancia de Angelito y formaron parte de un doloroso inventario de daños causados por el abandono, el racismo y la homofobia.

“Empecé a odiar muchas cosas; a mi mamá, a mi abuela, a mí misma”, “yo me daba asco”, reitera.

Dice que no encajaba con las niñas o niños “normales”: “Yo sentía que todos me observaban o sabían lo que pasaba conmigo”. 

Un buen día, Consuelo accedió a llevarse al menor a la Ciudad de México. Se instalaron con la bisabuela materna. Pero pronto el sueño de estar juntos se evaporó.

“La familia de mi mamá me trataba mal, era cruel conmigo. Primero por mi color de piel, después porque vieron que yo era muy solitario y no me gustaba jugar con muñecas; me escupían, me pateaban, me decían arrimado, me arrojaban cosas a la cara”, rememora.

Cuenta que su bisabuela era la más “cruel”: “Racista hasta los huesos. Ella me escupía”. 

Pero en presencia de Consuelo se comportaba como una tierna viejecita. 

Angelito regresó a su terruño, a Poza Rica Veracruz.

La primaria, otro capítulo de horror 

En la escuela también fue víctima de maltrato. 

Platica que recién ingresado lloraba porque se sentía solo, sin familia y con un montón de pequeñines desconocidos. Pensaba en su madre, en su abandono. Esto, aunado a que, con el paso de los años, las maestras notaron “algo distinto” en el comportamiento de Angelito y sacaron su intolerancia. Aquí, el acoso escolar es copioso y contagioso. 

“En sexto había una maestra que me trataba muy feo, horrible. Era un monstruo para mi. Se burlaba de mi aspecto, me decía machorra, marimacha, asqueroso, asquerosidad”.

¿Alguna vez te golpearon? “Los hombres, chamacos, entre cuarto y sexto grado”. 

Además, lo excluían de participaciones, reuniones, fiestas, posadas. 

El “tú cállate, eres marimacha y estás negra” hacían eco en el salón de clases.

Él bloqueaba su sufrimiento. Lo encapsulaba, convirtiéndolo en veneno para su alma.  

¿Cómo te sentías?, se le pregunta a Angelito. 

“Es que no te puedes sentir. Mi mente volaba siempre a otro lado. No tenía a quien platicárselo. Mis hermanas fueron como muy apáticas. Una me llevaba seis años y la otra 12”. 

Ésta última se fue a estudiar lejos de casa, se matrimonió y ya nunca regresó.

El calvario de Angelito duró hasta la preparatoria, ya no quiso saber de la escuela.

Un lugar de ambiente, donde todo es diferente

Es 1986, el mundial de futbol está en su apogeo. El diario “El País” anunciaba la captura del narcotraficante “El Greñas” y Ciudad Juárez se preguntaba qué sería de su residencia en esta frontera, de su Rolls Royce y de su tigresa “Viviana”. Ese año, el invierno sorprendió a los fronterizos con una nevada que alcanzó medio metro. Angelito experimentó por vez primera lo que era caminar por el manto blanco, a la edad de 18 años.

“En Poza Rica me junté con una chica con la que me identifiqué, ella también estaba harta de estar con su familia y quiso alejarse”, cuenta Angelito. 

Así que su amiga Fátima le puso un ultimátum: ¿Te vas conmigo o no?”

¿Tú ya habías experimentado tu sexualidad? “Yo ya me sabía lesbiana”. 

¿Cómo fue esa salida del clóset? “Fue con esa persona que me fui a Juárez, con Fátima, porque yo ya había tenido contacto físico con algunas niñas del vecindario. Entonces conozco a esta chica, mayor que yo, experimentada y prácticamente me sedujo a la relación”.

Se le pregunta si su orientación sexual se debe a la repulsión generada por el abuso de sus familiares varones. 

“Yo creo que no. Desde antes que pasara lo del abuelo y mi tío, ya tenía la orientación”. 

¿Se hace o se nace homosexual? “Oh, que buena pregunta. Yo pienso que se nace, yo nací así”. 

Cuando de niño Don Toño te obligaba a practicarle sexo oral y tu tío te ultrajó sexualmente, ¿alguna vez pensaste que era obligación de la mujer dar placer a un hombre? “Yo me sentí como usado y siempre relacioné el sexo con el dinero”.

¿Cómo vive una lesbiana en México? 

“Ser lesbiana en México no es fácil, es más duro que ser un hombre gay. Ser lesbiana en México es ser perseguida, vapuleada. Es muy doloroso”. 

¿Cómo te llega a hacer bullying la gente, por ser lesbiana? “Pues las ofensas, además me han amenazado con pistola, con cuchillo, me han golpeado; con un machete me golpearon una vez en la espalda”. Se le pregunta si su carácter ha influido en la antipatía de la gente. “Pareces duro de carácter, no te dejas”, le dice este reportero, a lo que contesta: “bueno, antes no me dejaba”.

En Ciudad Juárez, Angelito fue víctima de violación, por partida doble. Uno de estos abusos, asegura, fue por parte de la Policía Municipal. De hecho, Angelito fue madre de familia, pero no aclara si su embarazo fue el resultado de una de estas transgresiones. Prefiere guardar el secreto, por respeto a su hijo. 

En esta frontera Angelito se volcó al alcohol tras decepcionarse de Fátima, quien lo introdujo al mundo de la prostitución. El alcohol, dice, era una salida a sus frustraciones, pero también un boleto de entrada a la aceptación de una sociedad que recién conocía, a pesar de que aquí encontró más empatía que en su natal Poza Rica Veracruz.

“Juárez es como más suelto, más incluyente, aparentemente somos mejor vistos”. Considera que la gente en esta ciudad está más preocupada por trabajar y se limita a sus necesidades más apremiantes. Sin embargo, por ser una población flotante, también le da entrada a la intolerancia y al abuso de autoridad.

Precisamente, su alcoholismo lo llevo a enfrentar serios roces con la policía en turno. 

“Siempre ha sido un terror la policía en Ciudad Juárez, con frecuencia nos lastima. Yo tuve una experiencia muy fuerte”. 

Narra que, al salir de un bar, alcoholizado, se desvaneció y rodó por los escalones. 

Fue visto por un hombre y una mujer policía de proximidad quienes, sin mayor preámbulo, lo siguieron, lo levantaron y, por la fuerza lo subieron a un camper. 

“Yo me quise defender”, afirma, pero todo fue en vano. Sólo logró el enojo de los uniformados. 

Angelito fue conducido hasta Anapra, una colonia periférica, tomada por la delincuencia y olvidada por el sistema político, basurero de cadáveres, escenario de grandes tragedias e, irónicamente, colindante con el sector de mayor opulencia en El Paso Texas. Aquí, la mujer policía lo bajó a puntapiés: “Decía que a chingazos me iba a quitar lo machorra”. 

El hombre policía tuvo un mejor antídoto: “Me arrastró unos metros más adelante y ahí me violó”. Por cuestiones de seguridad, Angelito se limita a profundizar.

Volviendo a tu orientación sexual, ¿hubo un momento en el que te sentiste confundido? “Si, la verdad. Yo pienso, personalmente que, para llegar hasta donde estoy, tuve que haber experimentado sexo con hombres”. Primero lo hizo por dinero, motivado por Fátima quien, desde su llegada ejerció la prostitución. 

¿Qué fue de ella? “Nos separamos porque la descubrí teniendo relaciones con un amigo mío, muy querido. Comprendí que ella no quería algo serio conmigo, que sólo nos usamos para salir de Poza Rica”. 

Amor eterno e inolvidable

A los 26 años, Angelito se estrenó como madre de familia. 

Confiesa que no le gusta hablar mucho del tema porque es doloroso.

“Todo ocurrió al calor del alcohol”, dice. Recién había terminado con Fátima.

Tu hijo, Juanito, ¿fue producto de una violación?, se le insiste, pero prefiere no responder por temor a represalias.

Como madre, Angelito fue dura “muy dura. Una madre muy exigente”. 

Los prejuicios y los estigmas sociales se interpusieron en su papel de madre, refiere.

Menciona que con el paso de los años Juanito lo aceptó, comprendió que su mamá era diferente y aprendió a amar a Angelito. Hasta le decía de cariño “mi niño”: “Mamá, tu eres mi niño”. 

“Cuando empezó a crecer yo le hablé de mí, de cómo era, no quería que lo mío lo lastimara. Le decía: no te voy a dejar nada en la vida, lo único que te voy a dejar es que seas feliz”. 

…Y el muchacho fue feliz, a su manera.

¿Supiste educarlo? “Creo que mi hijo tenia valores. Era un niño muy educado, amable”.

Se le cuestiona si esos valores él se los inculcó. Responde con un sí, a medias, ya que su abuela materna influía en su toma de decisiones.

“Mi mamá por un lado le decía que yo era marimacha, que quería más a otras mujeres que a él, que él no me importaba y por otro lado se contradecía; le decía que yo era buena madre, que me apoyara. O sea, pobre criatura, la traumamos”. 

Juanito se fue forjando su propio carácter; era un chico muy humano, “no era ignorante, era analítico”, describe su progenitora.

Los pleitos iniciaron cuando él se salió de la preparatoria, se enroló en la maquiladora y empezó a drogarse. Poco antes de cumplir los 18 años.

¿Y dónde quedaron esos valores?, se le aborda a Angelito. “No sé. Se enamoró. Embarazó a una muchacha y tuvieron un bebé, precioso, que ahora es mi adoración”.

¿De qué conversaban? “A veces sobre problemas sociales, cotidianos. Por ejemplo, sobre los jóvenes adictos. ‘Nunca lo vayas a hacer’, le decía”. 

Pero Juanito se inclinó por el gusto a la marihuana, luego por el thinner y el pegamento. 

“Era bien doloroso abrir la puerta de su cuarto y verlo perdido, sin conocerte. Como madre y padre a la vez te sientes solo, no sabes qué hacer sin apoyo”.

Angelito trató de meterlo a un centro de rehabilitación, pero todos sus intentos fueron infructuosos. El muchacho le decía que iba a cambiar. “Fue una época demasiado conflictiva”. 

Al menos, la nueva pareja de Angelito estableció una buena relación con el chico.

Cuando él se drogaba mostraba repudio contra su madre, además le robaba dinero, también a la abuela. Pasado el efecto de los enervantes les pedía perdón y volvía a la misma cantaleta: voy a cambiar. “Yo siento que él nos manipulaba”.

¿Él se avergonzaba de ti? “Yo pienso que no”, estima Angelito. 

Aunque últimamente las ofensas eran mayúsculas. Angelito lo tachaba de drogadicto, marihuano, buenoparanada, inútil. Él le decía perra, maldita y le rallaba la madre.

Paulatinamente, la droga causó estragos en el físico de Juanito; bajó de peso de forma acelerada. “Se miraba muy feo, cadavérico”, recuerda Angelito.

Platica que dos días después de celebrar su cumpleaños número 46, encontró su vida transformada.

Sucedió en su domicilio, en Tierra Nueva, una colonia en proceso de consolidación urbana, al suroriente de Ciudad Juárez. La vivienda la ocupaban Angelito y su nueva pareja Karla; Lizbeth, una amiga de ambas y Juanito.

Era domingo, cuando el muchacho se levantó muy temprano y limpió su cuarto, como nunca lo había hecho. “Hasta dije: ‘ah chihuahua y ahora, a este qué mosca le picó’. Yo siempre le recordaba que limpiara su cuarto. Hasta me enojaba con él porque no me hacía caso”. 

Angelito trabajaba en una maquiladora los fines de semana, de seis de la tarde a seis de la mañana.

“El lunes ya no lo vi temprano porque, saliendo, mi pareja y yo acompañamos a Lizbeth a ver lo de unos papeles para su pasaporte”.

A su regreso, Juanito aún no llegaba a casa, así que, abrumado por el arribo de la noche, su madre tomó las llaves de su vehículo y salió a buscarlo por todo el sector.

Minutos más tarde, lo alcanzó a ver en compañía de unos niños, con quienes solía juntarse. 

Entre más se acercaba, Angelito veía el cuerpo de Juanito menearse, por lo que acertó que venía drogado.

“Traía una bolsita con thinner porque en cuanto me vio la tiró”. Le preguntó: ¿en qué quedamos? 

Él le juraba que no andaba drogado, pero un fuerte olor a pegamento lo delataba, además “traía todo el diablo de la droga adentro”. 

Angelito le pidió las llaves de su casa y puso en marcha su viejo Corsica blanco. 

“Tú y yo teníamos un trato”, le recordó ante la reacción explosiva de Juanito: “ahí tienes tus pinches llaves, eres una maldita, perra, desgraciada”. 

Angelito llegó a casa y volvió a salir con su pareja al encuentro de Lizbeth.

Pero en el trayecto sentía que algo no estaba bien, algo le incomodaba, quería regresar pronto. 

Dentro del coche, el tema de Juanito imperaba: “Ya no vamos a pedirle su opinión”, dijo Karla. Y continuó: “Hay que meterlo a un centro de rehabilitación. Mañana temprano lo llevamos, a la fuerza, yo tengo un dinero ahí guardado, lo usamos si es necesario”.

A su regreso, encontraron destrozada la reja de la casa y unos cables de luz desconectados.

“Yo pienso que él quería meter los dedos ahí. O esa fue mi impresión después de lo que hizo”.

Juanito continuaba drogado y en repetidas ocasiones intentó hablar con su progenitora, pero todo fue en vano. Ante la negativa, él le gritó con todas sus fuerzas: “Te vas a arrepentir”.

“Como quiera, a mi casa ya no entras”, le respondió su progenitora. “Yo no soy muy creyente en Dios ni en religiones, pero le dije: ándele que Dios lo bendiga”.

Pero Angelito sintió la amenaza directa. Confiesa que fue la primera vez que experimentó miedo de su propio vástago. “Pero él ya no era Juanito, ya era otra cosa”, repara.

Angelito ingresó a su casa, con Karla, Lizbeth y la sombra de Juanito que se paseaba “como demonio” de un lado para otro: “Déjame entrar, perra, maldita”. 

Su madre jamás se inmutó: “No vas a entrar aquí, al menos que yo salga muerta”. 

“Pues ya veremos, te vas a arrepentir”, asestó el chico por última vez. 

En tanto, en el interior del hogar se formulaban algunos planes para dejarlo ingresar al hogar: “Y si lo dejamos entrar, qué tal si mata a alguien”, decían temerosas, pues Juanito, en cierta ocasión, influido por la droga tomó un cuchillo de la cocina y se lanzó contra Lizbeth, durante un enfrentamiento con su madre. 

La pareja de Angelito tuvo otra idea: “Háblale a la policía”. Pero Angelito tenía razones de sobra para no llamarle a los uniformados.

“Un chamaco flaco, que no pesa mucho, ahí de un golpe me lo hubieran matado”, pensó.

En el exterior de la vivienda, Juanito continuaba gritando, pero ya no perra o maldita”. Los agravios pasaron a ser “alaridos”, describe su progenitora. “Gritaba como quejándose… aaaah, aaaah”. 

¿Y los vecinos? “Nadie hizo nada. Todos lo querían, él con frecuencia andaba con un montón de chamacos de nueve, 11 años. Lo seguían mucho”. ¿Se drogaban también? “Que yo sepa, no”.

De pronto, un silencio invadió el vecindario y, con él, el temor de Angelito y compañía.

“Lizbeth y yo salimos a buscarlo”. Karla se quedó en casa. Advirtió: tengan cuidado. Lo amarramos si se pone necio, lo dormimos”. 

Salieron, le quitaron el candado a la reja y observaron. Nada. 

El muchacho se había brincado la barda, estaba en el jardín de su propia casa. 

“Dije, mira: este cabrón, aquí está”. 

Inmóvil, en una posición algo extraña, con un alambre, grueso, tirado de su cuello hacia la barda, el cuerpo de Juanito yacía bajo el signo del rigor mortis. 

“Vi su mano que estaba así (pendida de su cuerpo), entonces me acerco a él y le digo: y ahora tú qué… y su mano se regresa, lo veo… y ya estaba ahorcado (el silencio) con un alambre (de nuevo, el silencio)”.

Angelito hace una pausa. Se le llenan sus ojos de lágrimas, pero contiene el llanto. Traga saliva. 

Entre un doloroso inventario de tragedias, ésta es la que más le duele. Su tristeza es contagiosa. 

“Mira las cosas, cómo pasan. Cuando estábamos debatiendo entre dejarlo entrar o no, él se estaba quitando la vida con un alambre allá afuera, pegado a la barda de mi casa. Oímos el golpe seco, pero nunca nos imaginamos que se había brincado. Diecinueve años, ahí se quedaron… Fue tan absurdo que él se suicidara. No pudo ser de otra manera”.

La desgracia marcó un antes y después en la vida de Angelito.

¿Qué hiciste al ver toda la escena? “No puedes hacer nada, bueno yo no pude hacer nada, yo me quedé (otra vez, el silencio)”. 

Días antes, una madrugada Angelito recibió una llamada telefónica.

Era una amiga que, llorando, le contó que su sobrina de 16 años trató de suicidarse, ahorcándose con una soga, en el interior de su habitación, en Las Vegas, Nevada. El motivo: su amigo, un “emo” (subcultura urbana) estaba deprimido y “le transmitió su tristeza”. La hermana de 10 años la encontró en su recámara y así fue como lograron salvarle la vida. 

La niña recibió atención médica inmediata, pero hasta el cierre de esta edición se encontraba en estado vegetativo. 

“Se le acabaron las ilusiones, usa pañal, babea”, refiere Angelito. 

“Le dije a mi hijo: no se te vaya a ocurrir hacer eso, por cualquier cosa que tu traigas, nunca, porque si tú lo haces, ahí te dejo colgado, sabes que es mi temor, nada más de pensarlo se me eriza la piel”. 

Juanito le contestó: “ay no mi niño, imagínate, eso, mi cuello, tan bonito, que yo me lo lastime…”. 

Pero Juanito, una semana más tarde lo llevó a la práctica. Duro y directo.

Angelito vuelve a la carga: “No lo pude descolgar, lo hizo mi pareja y mi amiga fue la que se acercó, le dio respiración de boca a boca, pero ella me miraba y me miraba, como queriéndome decir que Juanito ya estaba muerto, pero no se atrevía. Karla le gritaba: ya levántate ‘Pato’, ya levántate. Le estrujaba las piernas. Yo no podía moverme, sólo lo miraba y le decía que se levantara: Karla, dile que ya se levante, ya levántate, mijo, no estés haciendo pendejadas”. 

Pero el cuerpo del “Pato” ya estaba rígido. 

“Yo sentí como si fuera un río, lo siento, lo vivo, lo sé. Un río que pasa con agua revuelta. 

Fue bien doloroso ir y venir, arreglar los papeles de la funeraria, sientes todos los momentos que te caes a un abismo y que intentas salir”.

Enfrentar a la sociedad, otro duelo 

“Si, fueron críticas muy duras para mí, incluso de mi familia”. 

Angelito recuerda que, en pleno velorio, su madre Consuelo entró en un estado catártico y se aferró a un mundo de culpas y porqués: “Todo es por tu culpa, porque eres marimacha, porque quisiste más a tu pareja que a tu hijo, porque vives con dos mujeres, porque eres una porquería”. 

Además, le gritaba asesina: “Me quería matar en ese momento”.

¿Tú que hacías? “No tenía ánimos de nada, quería decirle: tú también tuviste la culpa, tú le dabas dinero para la droga”. ¿Llorabas? “No. No podía llorar, todo estaba como muy lejano. En ese instante puedes escuchar a toda la gente que te acompaña en tu dolor, aquella que te critica o te está hablando”. A partir de ese momento, hasta el día en que le entregaron las cenizas de su hijo, todo su entorno se volvió gris. “Todo era blanco y negro”, relata Angelito. 

Recuerda que en esa época estaba de moda la cantante estadounidense Miley Cyrus.

“Para todo escuchaba a esta mujer. Era el silencio y de pronto Miley Cyrus. Ahora la asocio bastante con la muerte de mi hijo.

Angelito continuó viviendo en Ciudad Juárez, trabajando en el sector maquilador

¿Cómo es la gente en la maquila? “Estúpida”, suelta a manera de broma. “Me trataban de machorra, de marimacha. Entraba al baño y se salía la gente, decía: ‘ay, es que es el baño de mujeres’, ‘ay no te acerques’. No tenia amigos. Me hablaban bien, pero no se juntaban conmigo, me dejaban solo, las muchachas me huían. Tenia compañeras que después se hacían muy amigas mías, pero luego la gente decía que porque andaban conmigo”.

Menciona que los hombres gais tampoco se le acercaban, que le hacían el “feíto”.

“Quién sabe por qué”, reflexiona, “quizá me ven la cara como dura, de amargado”. 

Asume que su roce con la sociedad es porque le gusta hablar con la verdad, sin rodeos. 

También supone que, en Ciudad Juárez, la mayoría de las mujeres lesbianas están en el clóset por el miedo al qué dirán.

¿Por qué crees que la lesbiana en Juárez vive en el clóset? “Porque pienso que no saben defenderse de las agresiones verbales, del bullying que nos hace la gente”. 

En contraparte, cuenta que las pocas lesbianas declaradas que le hablaban le hacían burla por su imagen.

“Así como me ves ahora he sido siempre”, describe Angelito mientras observa su pequeño cuerpo y hace referencia a su camiseta estampada con la imagen de un puerquito con alas y un pantalón negro, de mezclilla, deslavado.

“Nunca estuve de acuerdo con el cuerpo que tenia, de tal forma que últimamente, aquí en San Francisco me he ido definiendo más a ser transgénero”.

¿Cómo se da tu incursión aquí en San Francisco? “Yo creo el mismo dolor de la depresión fue lo que me trajo hasta aquí, he pensado que el ángel de mi hijo fue el que me impulsó a dejarlo todo”.

¿Sientes algún remordimiento, culpa, por la muerte de tu hijo? “Sí. Yo siento que pude haber hecho más, es una culpa que me va a acompañar de por vida. Aunque ahora ya tengo ayuda psicológica y me puedan decir todo lo contrario, yo cargo con todo ese peso”.

¿Qué más podías hacer por Juanito? “Obligarlo a ir a rehabilitación, acompañarlo, agarrarlo de la mano y llevarlo, debí hacerlo”.

Además de la presión social, las deudas monetarias lo hicieron cambiar de residencia. Hoy Angelito vive de forma ilegal en Estados Unidos, pero con un nombre de varón, de forma legal.

San Francisco y el hotel de los secretos

“Algo me impulsaba a salir de Ciudad Juárez. En ningún lugar me sentía en paz, nada más con mi nieto, pero su mamá no me dejaba verlo seguido, hasta que un día me cansé y dije: bueno no voy a esperar a que me lo traiga cuando ella quiera. También tengo vida; por algo estoy aquí. Voy a salir adelante, voy a dejarme llevar, hacer cosas que siempre he querido”. 

En San Francisco encontró cariño, trabajo y la ayuda necesaria para procesar su dolor, a ya no encapsularlo, a impedir que se convierta en ese veneno que sigue amargándole el alma. Aquí, Angelito descubrió que su tragedia personal no es privativa, que todos tienen la misma ruta de vida y se permiten vomitar el secreto que los hizo modificar su destino.

[En esta ciudad, al norte de California, sobran casos como el de Angelito, con historias desgarradoras, aderezadas de homofobia y racismo. Prueba de ello, platicamos con Pauly Ruiz, chica trans (Chiapas, México); Sthefany Galante, “La Bomba Latina”, chica trans (Pachuca Hidalgo, México); Ulises Hernández Ricoy, “El santo de los refugiados” (Oaxaca, México); Claudia Cabrera, chica trans (Guatemala)… y contando. Algunos de ellos pertenecen a programas como “Sí a la vida”, del Instituto Familiar de la Raza, El/La TransLatinas y a Hermanos de Luna y Sol].

A finales de diciembre, Angelito se sometió a una mastectomía, algo que en México o en la fronteriza Ciudad Juárez, le hubiera sido imposible por su alto costo: “ni en años luz, ahorrando como esclavo en una maquiladora durante vidas y vidas”, arguye.

[Para un chico trans, esta intervención consiste en extraer las glándulas mamarias y masculinizar su tórax, consiguiendo un pecho liso y simétrico. En Ciudad Juárez, la cirugía ronda los 4 mil 500 dólares (unos 83 mil 250 pesos, tomando el tipo de cambio a 18.50 dólar), de acuerdo con el Dr. Alejandro Molinar, cirujano plástico].

“Nunca me gustaron mis senos. Los llegué a comparar con envases cilíndricos de bombas de nitrógeno”, coteja Angelito. 

En San Francisco le ofrecieron la mastectomía, sin costo alguno.

“Cuando me dijeron me emocioné y lo primero que pregunté fue: cuánto cuesta eso. Me dijeron que nada, que aquí había programas de ayuda para la comunidad transgénero y dije: va”. 

Se jugó el volado. Atravesó por una serie de procesos, como terapia psicológica y, por primera vez en su vida terapia de reemplazo hormonal para hombres trans, a fin de masculinizar su cuerpo, con dosis mensuales de testosterona inyectable.

Hoy, presume los resultados: “Ahora hasta tengo barba, bigote” y dejó atrás las incómodas vendas y camisetas que apretujaban su dorso.

[Y, de acuerdo con especialistas, Angelito empezará a desarrollar la manzana de adán, le engrosará su voz, frenará su período menstrual y se acrecentará su apetito sexual, entre otros factores. Para ello, su tratamiento debe ser de por vida]. 

¿Te informaste sobre todo esto y sus repercusiones? “No (ríe nervioso). 

Era tanta mi emoción que no me importó, no tomé en cuenta la información que me dieron, tampoco busqué la necesaria”. Angelito tampoco recuerda los nombres de los medicamentos que ingiere. Eso sí, aclara que nunca atentó contra sus senos.

Muchos tienen la idea de que un transexual atenta contra la naturaleza de su cuerpo, ¿qué opinión te merece esto? “No. Nunca. Mientras tú no estés a gusto con tu cuerpo no es atentar, al contrario, es arreglarlo de alguna manera, modificarlo. Así lo miro yo”.

Pero también hubo alteraciones en otro sentido, en lo emocional, comparte. “Tuve experiencias como erecciones mentales al ver a las chicas”. ¿Cómo es eso? “Yo antes odiaba que los hombres observaran el trasero de las mujeres y con la hormonización empecé a sentir esa necesidad de… no sé si será instinto animal en los hombres, pero la testosterona hizo que volteara hacia el trasero de las mujeres. Mentalmente he sentido como erecciones. Además, empecé a buscar otras cosas, como pornografía, que antes no me gustaba. La hormona hizo que tuviera adicción a ese tipo de cosas”.

Con relación al apoyo que recibe la comunidad inmigrante LGBT en San Francisco, nuestra entrevistada es un claro ejemplo. “Rebasa las expectativas”, secunda. 

“Allá en México, ¿cuándo te van a ayudar para una mastectomía? Por el contrario, nos malven desde que saben que somos lesbianas, homosexuales, chicos y chicas transgénero, bisexuales, gayboys… todo ese tipo de diversidad que siempre ha existido y que aquí forma parte de la misma sociedad”.

Expresa que gran parte de estos beneficios son ofrecidos por trabajadores sociales con un espíritu de ayuda y calidad humana extraordinaria. Es el caso de Julia Cepeda, de la organización El/La Para TransLatinas.

“Una mujer increíble. Yo le puse ‘mi ser humano favorito’ porque es una persona que te atiende, con gran esmero. Ella se conectó conmigo, me dijo: tú estás enojado por lo que pasó con tu hijo, pero nadie tiene la culpa, estás en este lugar porque aquí tenías que estar; así que agarra tus huevos, póntelos y adelante. Me dijo: Aquí hay personas que están luchando por tus derechos”. 

Desde lavaplatos en varios restaurantes, hasta preparador de alimentos, Angelito ha descubierto nuevos talentos y ha hecho varios amigos, como Irma Gómez, originaria de Guadalajara Jalisco, quien le acondicionó de forma temporal un pequeño cuarto para dormir y asearse.

Angelito, ¿por qué ahora te asumes como hombre, de ser Angélica pasaste a ser Angelito? 

“Porque después de mucho tiempo de decir que era lesbiana allá en México, donde sólo existen dos clasificaciones: hombres jotos y mujeres machorras, aquí conocí otro tipo de etiquetas para cada diversidad, sensación o mentalidad. Aquí te adhieres a eso y empiezas a gustarte a ti mismo, a aceptarte. Siempre me atrajo vestirme como hombre, sentirme como hombre y eso tiene nombre: transgénero”.

[Transgénero: término general que designa a todo aquello que implica manifestaciones que no están en concordancia con el sexo biológico de una persona, sin que haya procesos quirúrgicos de por medio. Transexual: persona que, mediante tratamiento hormonal e intervención quirúrgica, adquiere los caracteres sexuales del sexo opuesto. En todo caso transgénero es un término ampliamente utilizado: Nasho Díaz, activista social en Ciudad Juárez].

Respecto a su cambio de nombre, Angelito lo tiene claro. Es lo único legal que lo visibiliza en el vecino país. Su nombre de cuna era Angélica María Arellano Hernández. Hoy, ante la ley estadounidense es Ángel Andrea Arellano Hernández.

“Yo ni sé como se dio todo esto, pero caí. Aquí hay gente que trabaja muy duro por nuestros derechos y yo entré en esa fila, me tocó suerte, la aproveché y la aprovecho”. 

¿Cuáles son tus expectativas a futuro?, ¿piensas en la cirugía de reasignación genital (faloplastía)? “No porque ahí si me he informado poquito, sé que es doloroso, que no quedan bien a la primera y que son varias intervenciones”.

[La faloplastía consiste en crear un pene nuevo usando injertos de piel obtenidos de diferentes áreas del cuerpo. Dependiendo del procedimiento, la piel donante se puede tomar del antebrazo, el costado del torso, el muslo o el abdomen. Esta es una cirugía muchísimo más complicada e invasiva y se realiza por partes: Jorge Edison Perea, miembro de la Sociedad Colombiana de Urología].

Angelito ha considerado otra cirugía, la metoidioplastía.

[El tratamiento hormonal con testosterona hace que el clítoris se desarrolle aumentando de tamaño y tiene el aspecto de un pene miniatura. El tamaño promedio que alcanza con el tratamiento hormonal es similar al tamaño de un pulgar, aunque varía de persona a persona. Coloquialmente, muchos chicos trans le llaman “micropene”. Con la metoidioplastía, se ocupa este micropene para hacerlo más similar a un pene de tamaño estándar y esta cirugía se puede hacer por fases, en una o varias intervenciones].

¿Piensas regresar a Ciudad Juárez?, se le inquiere a Angelito para concluir la entrevista. “Sí. Todos los días”. ¿Por qué? “Más que nada por mi nieto, que igual se lo llevan, pero está mi mamá. Me siento a gusto en Juárez, es un lugar que me abrió las puertas, es mi casa. La gente es diferente; amable, calurosa. 

Pero si ahí sufriste desamores, violaciones, le dice este reportero. “También ahí se murió mi hijo”, ataja Angelito: “Ahí quedo afuera de mi casa, colgado, es algo que me ata a estar allá y esa es mi realidad”. ¿Qué más extrañas de Juárez? “Su olor”. ¿A qué huele? “A desierto. Pero también a sangre por toda la gente que ha sido asesinada; por sus muertas, por sus desaparecidos. Pero es un lugar muy cálido para todos los que son y no somos de ahí”.

El anhelo de Angelito es viajar. Lo mismo le da ir a Paris que a Jerusalén o a Etiopía. Todo es posible para un ser humano que llegó a San Francisco con el nombre de Angélica, unos senos copa 40 D y 26 dólares en el bolsillo.

Fotografía: Gustavo Cabullo Madrid