CIUDAD JUÁREZ, CHIH., MX., MAYO, 2025 (servisible.mx). –
Por Héctor Saavedra
César González es licenciado en Contaduría y tiene discapacidad visual.
Ante la falta de oportunidades, Canacintra le abrió las puertas. Hoy es recepcionista, y su memoria es asombrosa: memoriza teléfonos de hasta 16 dígitos y recados sin escribirlos.
Una historia que nos recuerda que las verdaderas capacidades no siempre se ven.
En una oficina de una cámara empresarial en Ciudad Juárez, suena un teléfono. La voz que contesta es cálida, clara, firme y amable. Del otro lado de la línea nadie podría adivinar que quien atiende no ve. César González Campa, recepcionista y activista por la inclusión de personas con discapacidad visual, ha aprendido a vivir en la oscuridad sin que su espíritu de lucha y su resiliencia se apaguen.
Su historia es un espejo roto de lo que la sociedad aún no quiere ver y que los gobiernos dan la espalda: la exclusión sistemática, la discriminación disfrazada, el abandono de los más vulnerables. Pero también es una lección de resistencia y amor de la que todos deberíamos aprender.
Un golpe accidental, una vida transformada
“A los seis años, jugando en la calle, un niño me rozó accidentalmente el ojo derecho con una rama”, relata César, con la serenidad de quien ha contado su historia muchas veces, pero nunca con indiferencia. La lesión derivó en glaucoma. A los 25 años, el otro ojo comenzó a fallar. “El diagnóstico final fue retinitis pigmentosa. Perdí completamente la vista en 1999”, comenta César al recordar desde cuando ha tenido que enfrentarse a esa oscuridad a la que ya no le teme.
Lo intentó todo. Viajó por todo México, buscó médicos en El Paso, Monterrey, Torreón y Houston Texas en los Estados Unidos. Hasta en la Universidad de Múnich, en Alemania quisieron estudiar su caso. Pero la ciencia no le devolvió la vista y le arrancó toda esperanza de recuperarla.
Cuando el mundo te deja fuera
César se recibió de contador público en el Tecnológico de Ciudad Juárez, trabajó mucho tiempo en diferentes empresas. Tenía su propio despacho, y ejerció la profesión durante 19 años. La ceguera lo obligó a cerrarlo. Después relata «Me dediqué al comercio. Busqué trabajo por muchos lados, ferias de empleo, maquiladoras, dulcerías, hoteles… No conseguía nada». La frustración que le generaba el desempleo jamás lo detuvo.
Entonces apareció una oportunidad inesperada: un grupo de WhatsApp creado para promover la inclusión laboral de personas con discapacidad visual. Así llegó a la Cámara Nacional de la Industria de Transformación (Canacintra), donde fue recibido con dignidad y ya tiene más de dos años. Hoy, su memoria privilegiada es su herramienta de trabajo más poderosa. Memoriza nombres, empresas, teléfonos y mensajes, y los comunica por WhatsApp, ya que él no puede escribir. Los propios compañeros y directivos lo admiran y se sorprenden de su gran capacidad, lo describen como un don que ha desarrollado a raíz de su discapacidad.
“Gracias a Dios tengo buena memoria”, dice con humildad. Pero lo que más impresiona no es su memoria, sino su voluntad para ser una persona productiva. Dentro de sus funciones también está abrir la pluma automatizada que da acceso al estacionamiento, atender a quienes ingresan al edificio ubicado en la zona pronaf y recibir a todas las personas que entran por la puerta principal. César no solo memoriza recados y números de teléfono, sorprende a los empleados al saludar y dar los buenos días por su nombre al escuchar su tipo de calzado y la manera de caminar.
Dolor que atraviesa generaciones
Lo más devastador de su historia no fue la pérdida gradual de su vista. Es lo que viene después. “Mi padre se deprimió mucho, mi madre no sabía qué hacer. Mi primer matrimonio no sobrevivió”, comenta con voz entrecortada.
Cada palabra es una piedra en el estómago. Sin dramatismo, César abre la herida: “Lo más difícil fue la depresión tras perder la vista”. Pero también habla de luz: “Lo más bonito ha sido conocer a otros con la misma discapacidad, crear una asociación civil, y sobre todo el nacimiento de mi hija. Aunque no la vi con mis ojos, la he conocido por medio del tacto”.
¿Puede el amor materno o paterno existir sin la mirada? César dice que sí. Y al escucharlo, uno cree en eso con el corazón apretado, imaginar que alguien puede amar profundamente y admirar solo con tocar su rostro, crea una visión que no solo quienes viven con discapacidad visual pueden experimentarlo.
Caminos peligrosos, sociedad ciega
César diariamente sale de su casa muy temprano para coger el autobús que lo dejará muy cerca de su centro de trabajo, para las siete y media de la mañana ya está listo para iniciar con sus labores de ocho horas, y a las cinco de la tarde salir camino a casa. Aunque esa rutina no siempre es perfecta, relata.
“Me han atropellado dos veces, he caído en tres alcantarillas”, dice. No lo dice con rabia, sino con la frustración resignada de quien camina en una ciudad que no piensa en él, una ciudad alejada de una infraestructura peatonal amigable para personas invidentes.
Describe las banquetas rotas, los perros callejeros que en ocasiones pueden resultar peligrosos, los puestos ambulantes que bloquean las guías podotáctiles. El bastón blanco no basta cuando el viento te empuja o la lluvia borra los sonidos. César describe a detalle como el mal clima de Juárez con sus tolvaneras y vientos fuertes lo empujan y le borran su sentido, su oído es su mejor arma para enfrentar toda adversidad.
Pero hay algo peor que las calles: la indiferencia. “Muchas empresas solo leen tu solicitud y te dicen que luego llaman. Hay discriminación en lo laboral, en lo social, incluso en lo religioso”. Lo dice sin resentimiento, pero con verdad absoluta en sus palabras.
¿Qué significa inclusión?
“Es una palabra muy grande. En realidad no se ha cumplido”, sentencia César. Y no hay argumento que lo contradiga. Habla de jóvenes que no terminaron la primaria porque no hay maestros capacitados para enseñarles. La inclusión, dice, es todavía un anhelo, no una realidad. Describe una sociedad prácticamente negada a entender que estamos obligados a la inclusión y el respeto.
“Que valoren su cuerpo y sus sentidos”, pide a la sociedad que tambien es ciega por gusto. “Que respeten a las personas con discapacidad. Que sean empáticos, porque nadie está exento de quedar con una discapacidad por un accidente o enfermedad”.
Su llamado no es solo por él. Es por todos los que aún no tienen voz, por todos aquellos que viven en esa oscuridad y que les han cerrado muchas puertas, a los jóvenes que no pudieron terminar su educación, y a los niños que soportan el Bullying en escuelas no preparadas para ellos.
Oscuridad y fe
“En los sueños, aún veo. Eso me da alegría”, responde César al ser cuestionado por cuales son sus sueños o anhelos.
Esa frase, dicha al final de la entrevista, resume toda la belleza trágica de su historia. César habla de Dios, del poder de la fe, del aroma del pan, del canto de los pájaros. Dice que aprendió a conectar con la vida desde la oscuridad.
“Hablen con Dios, eso ayuda mucho”, aconseja a quienes están empezando a perder la vista y no encuentran una salida. El hombre que no ve es ahora un guía.
Un legado de lucha
“Quiero ser recordado como una persona independiente, trabajadora, amable, servicial. Un ejemplo de lucha. Alguien que no se detuvo por una discapacidad”, dice con firmeza.
Y lo es. Su vida, marcada por el dolor y la superación, no necesita adornos. Es un grito silencioso que debería retumbar en cada oficina de gobierno, en cada escuela, en cada calle mal diseñada y en cada conciencia de quien no extiende una mano. Porque todos podemos perder la vista un día, pero nadie debería perder la dignidad.